Abrir los poros

Tenía la piel reseca. En la farmacia me recomendaron una pomada para abrir los poros. Me dijeron que así la piel podría respirar mejor y se hidrataría más fácilmente.
Compré la pomada. Esa noche la unté sobre la piel con abundancia y me fui a dormir. Cuando me levanté, comprobé que los poros estaban abiertos. Mi piel se sentía más suave. Me alegré de haber usado la pomada y me fui a trabajar.
Pero con el correr de las horas me di cuenta de que los poros seguían abriéndose a una velocidad alarmante. Para el mediodía se me notaban los poros, parecía que tenía varicela. A las cinco de la tarde eran verdaderos agujeros. Los que me miraban podían ver a través de mí.
Cuando salí del trabajo se había levantado viento, y gracias a mis poros abiertos el viento me elevó. Enganché una corriente y vi la ciudad desde arriba. Entré en pánico. No sabía cómo iba a hacer para aterrizar. Estuve un buen rato volando como una bolsa de plástico suelta, hasta que el viento bajó la intensidad y no me sostuvo más. En ese momento me precipité hacia el suelo, pero no me pasó nada porque los agujeros me habían vuelto muy liviano.
Fui a quejarme a la farmacia. No me llevaron el apunte. Me dijeron que me debí haber equivocado en la dosis y que, de cualquier manera, lo apropiado era consultar a un médico y no al farmacéutico. Así que me la tenía que aguantar.
Entonces fui al médico, pero no me pudo recetar ninguna pomada para cerrar los poros. Lo único que me pudo ofrecer fue hacerme injertos. No me pareció una buena idea.
Desde entonces voy a todos lados muy vestido. Uso mangas largas y me cuido de arremangarme. Trato de no usar ropa que se transparente. En lo posible uso telas gruesas, que desvíen el viento. Por las dudas, me acostumbré a los zapatos bien pesados y cuando hay un ventilador cerca me alejo.