Amorfismo lejano fantástico

Dios se sentía lejos de la gente. A pesar de que estaba cerca de todos, el paso de los años lo había alejado mentalmente de su creación. Sentía que se había quedado en otro tiempo, y que era necesario comprender mejor a la gente para poder hacer mejor el bien.
Podría haber sabido todo lo que necesitaba en un santiamén, pero no le gustaba ese estilo. Conocimientos ya tenía, lo que quería era conectarse, sentir lo que era estar en la sociedad. Nunca había convivido con humanos, y aunque un dios que todo lo sabe no tiene perspectivas de aprender nada, le pareció conveniente intentarlo.
¿Cómo hacerlo? No podía revelarse así nomás, porque estaba claro que muchos iban a ir hacia él a pedirle cosas o a adorarlo. Tenía que estar de incógnito, escondido. Razonó que lo mejor era estudiar un caso testigo, ir a vivir con una familia. Miró el mundo y eligió a los Tanner, de Los Ángeles.
Dios descendió hasta el valle y se apersonó en el garaje de la familia. Su altura era demasiada para el tamaño de ese ambiente, entonces rompió el techo, causando un gran estruendo que atrajo a la familia. Así lo descubrieron, con la cara atravesada en el techo, conveniente porque ver el rostro de Dios es morir.
Los Tanner, al comprender la situación, lo adoptaron como un miembro de la familia. Dios venía en una misión de estudio, y se dejó guiar como un hijo más. Pero pronto aprendió que, debido a su condición, no le convenía salir de la casa. No sólo los vecinos eran muy metiches, sino que si lo llegaba a descubrir la ciencia, se lo iban a llevar y le iban a realizar toda clase de estudios. Y aunque pudiera impedirlo, la revelación de la presencia de Dios en una casa suburbana arruinaría la tranquilidad del barrio.
Entonces Dios se dedicó a hacer una vida tranquila. Comía con la familia y miraba televisión. Le divertía llamar por teléfono a los programas de preguntas y respuestas y ganarse todos los premios posibles. El dinero no sólo permitió a los Tanner arreglar el garaje, sino también obtener bonanza económica.
Dios se hizo muy compinche de los hijos de los Tanner, Brian y Lynn, y les repartía sabiduría ante cada oportunidad. A veces lo que Dios les contaba era contrario a lo que se les enseñaba en la escuela, pero ¿a quién iban a creer? ¿A los maestros o al creador del Universo? En ocasiones, al usar esa información tuvieron problemas, pero Dios los guió para resolverlos de la mejor forma posible.
A pesar de que la visita tenía un objetivo didáctico, Dios pronto estuvo lo suficientemente cómodo con su rol como para opinar más sobre las costumbres familiares. Esto lo llevaba a tener frecuentes roces con Kate, la madre de familia y ama de casa, que al estar todo el día en el hogar era la que más convivía con Dios y tenía poca paciencia con su temperamento y sus caprichos. En general, los conflictos no pasaban a mayores, porque Dios era sensible y sabía manejarlos. Además, aunque a Kate no le cayera muy bien, el resto de la familia encontraba adorable a Dios, entonces ella estaba en minoría.
Sin embargo, Dios se engolosinó. Empezó a reclamar más atención a sus demandas. Objetaba las recetas de las comidas, las elecciones morales de todos, las restricciones que se le imponían (Dios no estaba acostumbrado a no poder realizar algunas actividades), y las características personales de cada uno. Ante cualquier actividad que los demás realizaran, Dios conocía una forma de hacerla mejor, y no vacilaba en comunicársela.
Tal muestrario de sabiduría resultaba irritante para los Tanner, que al mismo tiempo no podían replicar un “quién te crées que eres”, porque después de todo estaban hablando con Dios. Entonces expresaban su enojo con un “si tanto sabes, hazlo tú” seguido generalmente de un portazo. Pero a Dios no le parecía bien que los anfitriones hicieran trabajar al invitado, entonces se negaba.
La convivencia fue decayendo. A pesar de reiterados intentos por sobrellevar la manera de ser de todos, al cabo de cuatro años quedó claro que lo mejor era dar por terminado el experimento y volver al reino de los cielos. El momento en el que Dios comunicó la decisión a la familia fue agridulce. Por un lado, recuperaban el hogar para sí, y se iban a evitar muchos conflictos. Pero, aparte, iban a perder a un invitado único, que a esa altura más que el Creador era parte de la familia. Además, se perdía la fuente de ingresos regular de los premios que ganaba Dios, con lo cual se quedarían sólo con ingreso de Willie como trabajador social.
Pero Dios, después de partir, no fue ingrato con los Tanner. Aunque nunca volvió, siempre los llevó en su corazón y, como regalo de despedida, se aseguró de que todos tuvieran suerte en sus destinos.