Aplauso fantasma

Me dolían las manos de tanto aplaudir. Pero continué aplaudiendo, porque lo que venía desde el escenario lo ameritaba. El entusiasmo me llevaba no sólo a aplaudir al final de las canciones, sino a batir las palmas durante el desarrollo de cada una.
Llegó un momento en el que, más que dolerme, dejé de sentir las palmas. Igual seguí aplaudiendo con el mismo entusiasmo, sin percatarme de que, de tanto aplaudir, había desintegrado las manos.
Mis brazos ahora terminaban en muñecas que se acercaban una a la otra sin llegar a tocarse. Sin embargo, yo seguía aplaudiendo. Aun cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, mi aplauso siguió vigente. Ya no hacía ruido, es cierto, pero yo aplaudía igual.