Atención al cliente

Gregorio tenía intenciones de vender su alma al Diablo. De esta manera, según razonó, podría tener éxito en la vida. No lo preocupaba demasiado el destino de su alma. Pensaba que el infierno no podía ser tan malo como se lo vendía y, como medida de respaldo, planeaba anotarse en alguna moratoria de almas arrepentidas.
Una vez que tomó la decisión, Gregorio quiso proceder. Pero no sabía cómo se podía hacer para contactar al Diablo con la oferta de su alma. Primero se concentró y buscó que el Diablo se le apareciera donde estaba. Pero no ocurrió. Gregorio pensó que debía encontrar al Diablo de otra forma.
Entonces hizo lo que siempre hacía cuando buscaba un proveedor: consultó las páginas amarillas. Sin embargo, no consiguió dar con el rubro adecuado y tuvo que abandonar la guía.
Fue a preguntar a la iglesia más cercana, pero no consiguió una respuesta. El cura con el que habló se horrorizó y se negó a proporcionar información sobre el procedimiento y sobre dónde conseguir la información que se negaba a dar. Gregorio salió de la iglesia con más ganas de vender su alma a la competencia de esa gente.
Se dirigió entonces al Parque Rivadavia, que sabía que era el refugio de muchos marginados de la sociedad. Tal vez el Diablo estuviera allí, o tal vez podría encontrar a alguien que le indicara cómo proceder. Pero sólo encontró nazis, piratas informáticos y librerías de usados.
De todos modos, su viaje al parque Rivadavia no fue en vano. Encontró un libro de ocultismo que contenía un procedimiento para contactar al Diablo y ofrecerle el alma. Consistía en mirarse en un espejo con la luz apagada, pensar en el Diablo, esperar que aparecieran sus ojos en el espejo y formular en ese momento el pedido a conceder a cambio del alma. Gregorio realizó los pasos, pero los ojos del Diablo nunca aparecieron. Formuló su pedido igual, por las dudas, pero no tenía certeza de haber sido oído.
Buscó el Google “cómo vender el alma al diablo”, y allí encontró información sobre libros que podría comprar al respecto. Pero no existía garantía alguna de que esos métodos fueran a funcionar mejor que el del espejo, así que no los compró.
Gregorio quedó decepcionado por su incapacidad para vender el alma al Diablo, pero después recapacitó y se dio cuenta de que no era su culpa. Él había hecho un esfuerzo, pero el Diablo no se había dado por aludido. Pensó que, al fin y al cabo, era mejor no hacer negocios con alguien con tan pobre atención al cliente.