Coca para armar

La Coca-Cola Company, al revisar sus cuentas, determinó que estaba gastando demasiado dinero en distribución. El costo de la nafta se había ido por las nubes, y eso impactaba necesariamente en el precio final de sus productos. Salvo haciendo grandes inversiones en nuevas embotelladoras a menos distancia de los puntos de ventas, no parecía haber alternativa.
Hasta que un alto ejecutivo postuló que era un desperdicio estar distribuyendo agua saborizada en camiones. ¿Para qué, si ya había caños que la llevaban a cada hogar? Era más simple distribuir directamente el jarabe, y que cada persona se hiciera su propia Coca-Cola.
Los otros ejecutivos miraron con escepticismo la idea. Le recordaron que ya había sido probada, se habían instalado gaseoductos en las principales ciudades del mundo, que estaban en desuso. La gente prefería la Coca-Cola en botellas.
“No si es mucho más barato hacerla uno”, respondió el ejecutivo y mostró sus cálculos de costos. Si se distribuía el jarabe, la capacidad de cada camión rendiría hasta cuarenta veces los litros actuales.
Esos números impresionaron a los otros altos mandos, que decidieron que valía la pena hacer una prueba. Se repartió gratuitamente un kit de “haga usted mismo su Coca-Cola” en distintos supermercados de Charlotte, North Carolina. El paquete contenía un sobre con jarabe, un sifón vacío y un cartucho de gas. Siguiendo las instrucciones, podía obtenerse Coca-Cola prístina en segundos.
Sin embargo, las pruebas no fueron satisfactorias. A la gente no le gustaba el aspecto del jarabe. Daba un poco de asco, por más que intelectualmente todos sabían que la Coca-Cola que siempre habían tomado venía de ahí. Entonces la compañía tuvo que buscar otra alternativa.
Pensaron que se podía vender el mismo jarabe en otra forma, como en polvo. Uno de los ejecutivos se había desempeñado antes en Nestlé, y contó que nunca habían tenido problemas de distribución para el Nesquik. El polvo era aceptado por los consumidores, y todos sabían usarlo.
Entonces se cambió la modalidad, y esta vez los habitantes de Charlotte se entusiasmaron. Las muestras gratis se agotaron en un día, y esto entusiasmó a la empresa. En pocas semanas, comenzaron a aparecer los sobres de Coca en polvo al lado de las botellas.
Con la aceptación del público, gradualmente los camiones empezaron a trasladar menos y menos botellas. A medida que la transición avanzaba, el precio del sobre que rendía un litro iba bajando. Había también menos contaminación en el aire.
La gente compraba sobres, o cajas enteras llenas de polvo. Aparecieron medidores de Coca-Cola, para ajustar la proporción exacta de polvo, agua y gas y que el sabor fuera el mismo de siempre. Algunos dudaban de que se pudiera obtener el mismo gusto con el agua que llegaba a los caños de cada casa, pero no tenían en cuenta que lo que hacían las embotelladoras era exactamente lo mismo.
Rápidamente, entonces, las botellas de Coca-Cola desaparecieron del mercado. Pero no de las casas. Simplemente el público dejó de retornarlas. El proceso de lavado y rellenado que antes se hacía en la embotelladora ahora tenía lugar en cada hogar. Cada consumidor podía participar de la magia que implicaba fabricar la bebida. Podía hacer suya la Coca-Cola.