Contener la risa

“¿Cómo puede Batman, que es un ratón, ser un héroe?” dijo el entrevistador, aparentemente sin darse cuenta del tamaño de la estupidez que había dicho. La cantidad de errores lógicos y fácticos contenidos en tan pocas palabras hizo que reaccionara con una risa que brotó de los más profundos confines de mi cuerpo. Pero no podía exteriorizarla, porque el marco de la entrevista no lo hubiera permitido. Entonces me inquieté, buscando una manera de sacar el impulso de reírme.
Moví la cabeza para todos lados, como para distraerme, pero también con otro objetivo. Quería expresar la risa a través de los ojos. Para eso debía encontrar a alguien que estuviera pensando más o menos lo mismo que yo, y conseguir que nos miráramos durante un instante. Así, la carcajada la exclamaría esa otra persona. Los ojos son la ventana al alma, y la risa es el lenguaje del alma, entonces la única manera de sacarla sin emitir sonidos era a través de ellos.
Pero no había nadie en las cercanías que me mirara. Entonces la risa continuó haciendo presión sobre mi cráneo, concentrándose en los ojos. Mis globos oculares se hincharon. La cara se puso roja. Algunas lágrimas atravesaron las mejillas.
La maquilladora me hizo señas de que en la pausa me iba a arreglar. Intenté mirarla a los ojos, pero no se estaba riendo por dentro. Miré a los otros invitados del programa, que habían escuchado la misma pregunta. Los miré con complicidad, pero también con un implícito pedido de ayuda. Sin embargo, continuaron hablando como antes, sin hacerme caso. Supongo que, como tenían más experiencia que yo, habían podido digerir mejor la frase del conductor sin llenarse de carcajadas internas.
Pero yo no sabía manejarlas. Mi cara estaba cada vez más hinchada, y mis ojos estaban por salirse de sus órbitas. Poco después, llegó el momento de la incontinencia. Mis ojos explotaron y, además de los pedazos de retina, el estudio se vio invadido por una estrepitosa carcajada, que retumbó durante varios minutos.