Contramano

El GPS me indicaba que doblara a la derecha. Pero la información estaba equivocada, la calle que me decía era contramano. Seguí derecho, dispuesto a doblar en la siguiente. Al GPS no le gustó, y exclamó “recalculando” con un tono de desaprobación.
La siguiente calle era también contramano. Resolví esperar a la otra, que seguramente era mano para la derecha. Pero no, era igual que las otras dos. Luego de maldecir mi suerte, tuve la tentación de meterme en contramano, justificando esa postura en que no podía ser que tres calles seguidas tuvieran el mismo sentido. Pero resistí, porque sabía que en esa zona hacían muchas multas.
Continué por la calle donde iba. Tuve que apagar el GPS, que seguía recalculando y había mostrado no ser confiable. La cuarta calle también tenía el sentido opuesto. Evidentemente, alguien estaba muy interesado en que doblara a la izquierda. Pero mi destino era a la derecha, no iba a ir a otro lado.
Seguí avanzando, y encontrando calles contramano en todos lados. Es cierto, teóricamente si iba para el lado opuesto igual podía llegar al destino debido a la redondez de la Tierra, pero era muy poco práctico, la presencia de grandes océanos era un obstáculo casi insalvable, para no hablar de la cantidad de nafta que hubiera gastado. No, lo que necesitaba era doblar a la derecha.
Cuando se empezó a hacer de noche, decidí que no iba a llegar. Luego de decepcionarme, me dispuse a volver. Para eso tenía que encontrar una calle de la mano opuesta a la que llevaba.
Decidí que, ya que estaba, podía doblar a la izquierda. Pero cuando quise hacerlo, me encontré que la calle era contramano. Pensé entonces que era mi oportunidad para doblar a la derecha, pero estaba equivocado. La calle cambiaba de mano en la que transitaba yo, y probablemente pasara lo mismo con todas las demás. No tenía más remedio que seguir derecho.
Avancé y avancé, buscando una calle donde pudiera doblar. Lo único que encontré, después de varias horas, fue un cartel que anunciaba que a partir de determinada esquina la calle por la que iba yo se hacía contramano. Pero esa esquina era igual a las otras. Se trataba de una esquina a la que todos llegaban, pero era imposible alejarse.
Entonces me detuve para pensar un rato cuál era el mejor camino a seguir. A los pocos segundos vi que se acercó un patrullero. Decidí preguntarles cómo podía hacer. Pero los policías no venían con ganas de ayudarme, sino que me hicieron una multa por estar parado, entorpeciendo la vía pública. Cuando protesté que era injusto, que se trataba de una trampa, los policías interpretaron mi acción como resistencia a la autoridad, y me llevaron detenido. Me subieron al patrullero y se fueron contramano, aprovechando que los patrulleros tienen potestad para hacerlo.
Cuando llegamos a la comisaría, me di cuenta de que me habían liberado de una situación imposible. Así que para que me dejaran salir pagué la multa. Y decidí no volver a buscar el auto. Preferí abandonarlo y volver caminando antes que experimentar de nuevo aquella calle.