¿Cuándo vendrán las luciérnagas?

Ya la casa arde con tres tés. Son dos, tres, veinte circos cúbicos. Con cubos, tijeras y mates; alicates. Trincheras ganan treinta y tres orientales del espacio. Con su blanca palidez salimos a broncearnos. Leche y chocolate, es una consistencia dramática, imberbe. Suspenso. Cuando sea quinien tos, como son ustedes. Será, será el ritmo que nos pegue, nos lleve, té de la China. Oriente. Nada, cada día, vasos llenos con vasos vacíos. Escupen ventanas turcas, cactus del oriente especial. El cerdo y el cactus pinchan a los beduinos. Arena, calor, olas, jirafas. El amor nos invade en música, las lejanas limpias postrimerías, leguas allá, con las guitarras. La voz, la voz humana, vos estás en otra parte, pero estás. ¿Qué es esta luz brillante que no está? Con la lluvia, la luna se va y vuelve. Como elefante enojado y turco. ¿Cuándo vendrán las luciérnagas? Tú, calefón, ¿con quién hablas? Fuego, fuego, fuego. Luz y calor. Tengo frío. Sale todo junto y no puede ser, son todas las cosas que llamamos cachivaches. Traéme el chirimbolo ése. La vida contigo noche, los ojos y mañana será el despertar de la noche de mañana, porque en la agonía de los sentimientos sale con fritas la verdad. Dorothy en el arco de Rosario Central. La tele llueve, coincide con 1996. Este año vamos a ser, después no sé. Qué historia la que aparece sin sabor a cucaracha histérica. Vos, sí, vos, ¿sos o no sos la morsa? Con la fritura entre los dientes, el rango roto y al vida entera o descremada. Por ti me muero dice este tipo sin saber y sin sabor acaramelado y dulce. No somos el primer tranvía, ésos son otros, y los hermanos somos nosotros, casi todos, solamente la insensible amapola. Suerte que fuimos dos o tres historias juntas, leídas por señores de blanco en pistas de hielo helado. Espumas turgentes, trepidantes, inquietas saltarinas a pie, con su intrépida apertura de luz escandinava. Simplemente vos, y vos, ustedes, los puntuales, los que siempre irán por la alegría discontinua de la trestiballa, la serpiente lúgubre y tenebrosa del hábeas corpus solar. Dulces sentidos dobles, manos que fríen, paredes oscuras con jabón a pie. El diablo está ahí, sin saber dónde es, y vos no. O sí. No sé. El tema, entonces, es la llegada.