Desde arriba

Una mosca volaba sobre el pasto. Miraba el verde desde lo alto, mientras olfateaba buscando algo de comer. De pronto, el pasto se interrumpió. En su lugar apareció una enorme cantidad de agua. La mosca se acercó para beber un poco.
Pero volar sobre el agua no era tan fácil. Como el líquido era transparente, la mosca tenía problemas para calcular la altura a la que se encontraba. Por eso cayó al agua, y quedó atrapada ahí.
No estaba preparada para salir de esa situación. Lo único que podía hacer era mover las piernas y las alas, como pidiendo ayuda, pero no servía para nada. Por sí sola no iba a salir. De todos modos, no perdía la esperanza. La mosca seguía intentando nadar. Sabía que mientras viviera podía surgir la oportunidad para salir de ahí y volver a volar.
No parecía que fuera a ocurrir algo. La mosca estaba rodeada de la inmensidad del agua, a merced de cualquier criatura con ganas de tragársela. Pero ni siquiera eso ocurría.
Hasta que, de pronto, una sombra la cubrió. No era una sombra completa, tenía como agujeros que dejaban pasar la luz. Era como una red, manejada por alguien externo, alguien mucho más grande que la mosca, que se preocupaba por su vida y bienestar.
La red se colocó estratégicamente debajo del cuerpo de la mosca, que seguía agitando las patas y alas para ser vista. Luego se levantó. La mosca volvió a respirar. Aunque podía haber volado, se aferró a la red con todas sus fuerzas. Sentía un enorme agradecimiento hacia la entidad sobrenatural que la había salvado.
Sin embargo, otra fuerza externa la sacó de la red. Una serie de golpes contra el césped hicieron que la mosca, ya atontada por toda la odisea acuática, perdiera el equilibrio y cayera sobre la tierra. Pero no importaba. Estaba agradecida de que le hubiera salvado la vida. Poco después, la mosca levantó vuelo nuevamente, cuidando de no volver a pasar por encima del agua. A partir de ese día, se dedicó a llevar su experiencia a las otras moscas.