Difusión de las palabras

Ya tengo preparadas mis últimas palabras. Están buenísimas. Van a garantizar que se me recuerde durante siglos. Estaría bien que no fuera sólo por esas palabras, sino por algún hecho trascendente durante mi vida. Pero las últimas palabras están diseñadas para ser memorables independientemente de qué haya logrado.
Por eso no las digo ahora. Mirá si algún imbécil las lee, se muere antes que yo y me roba las últimas palabras. Y con ellas la fama eterna. No da. Mejor me las anoto en algún lugar seguro. Las memorizo también, para que en cualquier momento que ocurra la muerte poder insertarlas en la posteridad.
Claro que, para que a alguien le importen esas palabras, tengo que ser conocido por algo. Tengo que tener algún grado de personería pública. Es decir, me tengo que hacer famoso. Así hay alguien interesado en escribir mi biografía, y en recopilar mis últimas palabras. No tengo que hacer nada extraordinario, o por lo menos nada especialmente extraordinario dentro de lo que hacen los famosos. El mérito puede ser fácilmente olvidable. No importa. El asunto es generar una excusa para que se difundan las últimas palabras. Porque si no, sin que nadie se entere porque no me conocen, alguien me las puede afanar post-mortem, y ahí sí que no puedo hacer nada.
Para que se conozcan, tengo que tener testigos. No puedo morir solo. Tiene que ser una muerte más o menos predecible, que me permita pronunciar las últimas palabras. Si llegara a ser decapitado sorpresivamente, por ejemplo, el plan se arruinaría. Lo único que puedo hacer es tener cuidado.
Tal vez la mejor manera de dar a conocer las palabras es hacerme condenar a muerte. Para eso tendría que cometer algún crimen serio en un país que tenga esa clase de castigos. Pero es algo engorroso. Por ahí me tengo que comer años de sufrimiento en una cárcel mugrosa, sólo para esperar el momento de decir las últimas palabras. Es más fácil suicidarme directamente, en público. Eso puede ser incluso el ticket a la fama necesaria para difundir las palabras. Pero me da la sensación de que es trampa. Así cualquiera.
Así que lo que pienso hacer es rodearme de testigos. Tener criadas, gente que me atienda, que cuando llegue el momento de mi agonía esté con un anotador o grabador cerca. Así van a poder registrar las palabras, y voy a conseguir, junto con la muerte segura, la inmortalidad.