El abedul que quería caminar

Había una vez un abedul que quería caminar. Pero no podía porque tenía las raíces clavadas en la tierra. Pasaba todos los días en el mismo bosque, aburrido de contemplar siempre el mismo paisaje.
Veía cómo distintos animales llegaban a su cercanía. Algunos se trepaban a él, otros se colgaban, otros volaban hacia las ramas y formaban allí su hogar.
El abedul quería conocer el mundo. Sólo podía ver los alrededores desde lo alto de su copa, pero eso le bastaba para darse cuenta de que el mundo no se agotaba en lo que era capaz de apreciar.
Para poder zafarse del lugar donde estaba atrapado, el abedul decidió hacer crecer las raíces hacia arriba. Pensó que así por lo menos no se estancaría más, y tal vez conseguiría ser libre de alguna manera. Con mucha paciencia esperó el crecimiento de las raíces hasta que comenzaron a verse saliendo del suelo alrededor del tronco. Parecían pequeños árboles que lo rodeaban.
Los distintos animales comenzaron a treparse de las raíces, y poco a poco las fueron sacando de la tierra con su fuerza. El abedul pudo ver que su plan estaba funcionando, aunque le costaba más tomar agua. Pero no era problema, porque llovía seguido y las raíces todavía podían obtener lo necesario para que el abedul subsistiera.
Llegó un momento en el que sus raíces estuvieron completamente fuera de la tierra. El abedul se sintió libre y quiso usarlas para alejarse del bosque. Pero no sabía caminar y las raíces no estaban acostumbradas a soportar el peso de todo el árbol.
El abedul, entonces, decidió armarse de paciencia una vez más. Sólo iba a dar pasos cuando estuviera seguro de que podía darlos. Si quería cumplir su sueño de caminar debía aprender a hacerlo y no podía darse el lujo de cometer un error.
En las siguientes semanas pudo por fin alejarse unos centímetros del lugar donde había estado toda su vida. El abedul estaba contento porque su sueño se estaba haciendo realidad, aunque sabía que aún debía aprender mucho para poder llegar a un lugar distinto.
Un día de viento todo cambió. El abedul no sabía qué hacer. Sus intentos de caminar lo desestabilizaron. La confianza que había generado con el éxito de los días anteriores lo traicionó. Dio un paso en falso y cayó al suelo del bosque. Aunque no había nadie para escucharlo, la caída causó un gran estruendo.
El abedul supo que no podría levantarse. Pero no se sentía derrotado, porque se había esforzado para concretar su sueño. Era mejor caer así que morir de pie.
En los meses siguientes, varios hombres entraron al bosque y vieron al abedul caído. Nadie se pudo explicar por qué la base del tronco estaba tan lejos de su huella.