El celular de Dios

Cuando me dieron el número de celular de Dios, sospeché algo extraño. Me llamaba la atención que fuera de larga distancia. Pero después comprendí que, si bien Dios está en todas partes, su celular no tiene por qué hacer lo mismo.
Una oportunidad de hablar con Dios no era para despreciar. Pero igual tenía dudas de si llamar o no. Tal vez Dios no quisiera hablar conmigo. Entonces miré la pantalla de mi celular en busca de algún indicio. Vi que el indicador de señal estaba al máximo, y decidí interpretar ese hecho como una señal.
Así que llamé. Luego de unos segundos escuché el tono de llamada. Sonó algunas veces y Dios no contestaba. Sentí que tal vez me equivocaba, pero me pareció que era posible que la demora en atenderme fuera una prueba de mi persistencia.
Luego de algunas decenas de segundo, se estableció la comunicación. No me atendió Dios, sino una grabación que me pedía que dejara un mensaje y remarcaba que era necesario que incluyera mi número de teléfono si quería que Dios me devolviera el llamado.
Al oír eso, me dí cuenta de que el número era falso. Dios no necesita que yo le diga mi número para poder llamarme.