El cuarto pato

“El pato hoy está suculento”, dijo el mozo. La idea nos gustó, los cuatro pedimos pato. Yo lo pedí a la naranja, mientras que los otros tres lo pidieron asado. A ellos les llegó antes, el mío demoraba un poco más.
Mientras esperaba, pude notar que los otros disfrutaban de sus patos. Me convidaron para matizar mi espera, y efectivamente estaba suculento. Tuve aún más ganas de comer mi pato a la naranja.
Cuando finalmente llegó, lo probé apenas el mozo se fue. Me decepcioné enormemente. El pato a la naranja resultó horrible. La naranja arruinaba todo el sabor del pato, y mis intentos de condimentarlo lo empeoraban.
“Eso te pasa por tratar de diferenciarte”, me dijeron los comensales. Les ofrecí que probaran para que vieran lo que era, pero no quisieron. Me ofrecieron con sorna que probara un poco más de sus deliciosos patos, los que habían venido rápido y eran mucho más ricos que el mío.
Durante el resto del almuerzo se burlaron de mi pato. Me sentí excluido. Ellos saboreaban sus patos y les daba placer verme en una situación incómoda. Disfrutaban doblemente. Mientras tanto, yo trataba de comer mi pato pero me desagradaba tanto que no llegué a consumir ni la mitad. Ellos terminaron sus platos y pidieron pan para comer el jugo que quedaba.
Cuando llegó la hora de irnos, me pareció un desperdicio tirar el pato feo, que era bastante caro. Pedí entonces que me lo envolvieran para dárselo al perro. Mientras esperábamos que el mozo trajera el paquete, fui objeto de más bromas, referidas en general a que yo era el único que le llevaba comida de restaurantes tan lujosos a su perro y esa clase de cosas.
Luego de pagar, cuando nos estábamos yendo, se acercó el mozo y me entregó el pato que no había comido. El paquete tenía forma de cisne.