El disfraz externo

La mejor manera de disfrazarse es hacer que el disfraz sea aportado por los demás. Para que crean la veracidad del disfraz, es necesaria una suspensión del descreimiento de distintos grados. En general, un disfraz por sí solo no la logra. Las personas hábiles logran que los otros tengan ganas de creerse el disfraz y así lo hagan.
Una vez logrado que los demás quieran creer, el disfraz pasa a ser innecesario. Uno se lo puede sacar, y los demás lo van a seguir viendo como lo veían. Si se lo maneja bien, sólo hará falta un disfraz parcial, temporal, que puede ser cada vez menor. Luego sólo bastará con hacer algún gesto cada tanto para recordar el disfraz y otorgar elementos para que la parte de los demás que quiere verlo haga el resto.
Así, las personas pueden transformarse en otras en los ojos de los demás, los productos pueden tener mejor calidad o proyectar cualidades ajenas a su naturaleza y los regímenes autoritarios pueden aparentar democracia.
Sólo hace falta la complicidad de los que miran lo que existe y ven el disfraz. Una vez visto, harán en su mente todas las operaciones necesarias, defenderán lo que ven como realidad ante los que ven otra cosa y procederán a ignorar todo lo que se contradiga con el disfraz.
Es así de fácil. Este método tiene una sola contra: el disfraz puede ser puesto por uno mismo, o puede ser aplicado sobre uno por otros que, con la idea de perjudicarlo o no, le proyecten un disfraz externo y cambien así la percepción existente sobre uno.