El escape de los verdes enzolves

En verdad, el detergente Drive tenía una advertencia que pedía no abrir el lavarropas mientras estaba en uso. No se explicitaban los peligros específicos, y los pocos que la leían pensaban que era una cuestión legal. Sin embargo, la razón era otra.
Todo empezó un miércoles de junio. Al principio se parecía a cualquier otro miércoles: los autos que recorrían la calzada circular de Plaza Italia eran muchos más que los recomendables, y los colectivos hacían maniobras para poder acercarse a las paradas y esquivar al mismo tiempo a los que se alejaban de ellas. Era, en efecto, un día normal. Hasta que ocurrió algo impensado. De repente, un rinoceronte salió por la puerta principal del zoológico y se integró al tránsito. Afortunadamente, el animal respetó el sentido de circulación. El rinoceronte caminaba en forma errática y se acercó peligrosamente a algunos autos, pero no hubo que lamentar víctimas porque los conductores estaban acostumbrados a esquivar a los colectivos que tenían una actitud similar.
Detrás del rinoceronte había varias personas que trataban de agarrarlo para devolverlo al hábitat artificial del que se había escapado. Participaban policías, veterinarios, zoólogos y personal de Defensa Civil. Cuando el rinoceronte pasó por la puerta del regimiento Patricios, se integraron al grupo algunos soldados que no tenían nada que hacer y les divirtió la idea de salir a cazar. El rinoceronte circulaba por Santa Fe, y luego agarró por Luis María Campos, causando pánico en los peatones y caos vehicular, aunque este último no se diferenció del habitual.
Los zoólogos, usando su sabiduría sobre perisodáctilos, decidieron tomar otro camino y esperarlo en la llegada. Habían conjeturado que el rinoceronte buscaba agua, y fueron hacia el río. Algunos de los veterinarios los acompañaron, mientras otros prefirieron quedarse en la persecución por si eran necesarios sus servicios.
Luego de varias cuadras, el rinoceronte cambió bruscamente de dirección. A la altura de Arévalo se dirigió hacia la vereda. Varios locales comerciales funcionaban en esa cuadra y, aunque las medidas de contingencia de la Policía estaban en marcha, todavía no habían podido ser evacuados. El animal se dirigió a uno de esos locales: un lavadero. Aún los expertos debaten por qué el rinoceronte eligió meterse en un lavadero y no en otro de los locales de la cuadra, como el gimnasio o la farmacia. La enorme bestia ingresó a toda velocidad en el local, causando pánico a los empleados y clientes que se encontraban utilizando las máquinas. Por suerte, el rinoceronte no estaba interesado en hacer daño a nadie.
Como se ha dicho, no se sabe bien en qué podía estar interesado el animal. La razón principal de ese agujero en el conocimiento es que detrás del rinoceronte ingresaron dos soldados del regimiento Patricios, quienes dispararon sus rifles para proteger a los civiles que se encontraban a centímetros del gran animal, el cual rápidamente cayó vivo, y momentos después murió.
Ése fue el final del rinoceronte, pero sólo el comienzo de la historia. Algunos de los disparos de los soldados dieron en los lavarropas del local. Algunos de esos lavarropas estaban en uso. Y algunos de los lavarropas en uso estaban cargados con detergente Drive, el único que contiene verdes enzolves que se alimentan de suciedad. Las balas agujerearon a los lavarropas, y los verdes enzolves se vieron libres.
Se sabe que, al ser mezclados con agua, los enzolves activan su devastador poder de limpieza. Normalmente el ciclo finaliza con la activación de otros compuestos químicos que contiene la exclusiva fórmula del detergente, y acaban con la vida de los enzolves, impidiendo su escape. Esta acción está fundamentada en dos razones muy poderosas: la eficiencia en el proceso de lavado y la necesidad de los fabricantes de seguir vendiendo el jabón.
En este caso, gracias a que escaparon en forma prematura, los verdes enzolves quedaron en libertad. Pudieron salir del lavadero aprovechando el caos que se había producido a raíz de la presencia en el pequeño local de soldados, policías, personal de defensa civil, veterinarios, medios de prensa, empleados del lavadero, clientes del mismo establecimiento y, sobre todo, el cuerpo de un rinoceronte que se había escapado del zoológico.
Una vez libres, los verdes enzolves empezaron a explorar sus alrededores. En la vía pública se encontraron con que tenían mucho alimento a su disposición, y empezaron a comerse la mugre urbana. La esquina de Luis María Campos y Arévalo quedó reluciente en pocos minutos. Gracias a la abundancia de comida, los verdes enzolves empezaron a reproducirse a una velocidad muy grande, y un círculo de limpieza centrado en el lavadero empezó a cubrir la ciudad. Los puestos de Barrancas de Belgrano, por primera vez desde su apertura, pasaron a cumplir las condiciones sanitarias requeridas por la Ley. Los autos que necesitaban un lavado obtuvieron la eliminación de su mugre. Los ciudadanos que no acostumbraban a bañarse quedaron bien limpios. El barrio de Once recibió la eliminación de sus capas más recientes de mugre. El Riachuelo quedó apto para bañarse.
Todos los habitantes de la ciudad disfrutaron de la limpieza que tan abruptamente les había llegado, más allá del enojo de la industria encargada de servicios de limpieza, que a las pocas horas de producirse el escape pidió un subsidio para compensar las pérdidas ocasionadas por los verdes enzolves. El gobierno municipal no sólo no le hizo caso a ese sector industrial, sino que quiso adjudicarse el mérito de la limpieza que tenía de repente la ciudad. Pero todos sabían que era mentira. Estaba claro que era el resultado del escape de un rinoceronte.
La situación idílica no duró mucho. La velocidad de reproducción de los enzolves era tal que empezaron a evolucionar de manera visible. Ocurrían mutaciones todo el tiempo, y las beneficiosas se seguían reproduciendo. Empezaron a aparecer enzolves azules, amarillos, rojos y marrones. Al mismo tiempo, la suciedad empezó a escasear, y los verdes enzolves fueron dando paso a especies más fuertes, que habían descubierto otras formas de alimentación. Los amarillos enzolves se alimentaban de asfalto, los rojos de pelo, los azules de pintura y los marrones de otros enzolves. La abundancia de todos estos elementos hizo que los enzolves se convirtieran en una plaga. El gobierno municipal no sabía qué hacer para repeler la invasión, y aunque no había tenido éxito en su intento de apropiarse del mérito de las virtudes, los ciudadanos le estaban empezando a conceder la culpa de los defectos. Por ese motivo, el ministro de Salud Pública de la ciudad convocó a los fabricantes del jabón Drive para que encontraran una solución.
En los laboratorios de Unilever ya estaban trabajando para adaptar los químicos que mataban a los verdes enzolves y hacer que fueran efectivos también contra los enzolves de otros colores. Los directivos de la empresa sentían que esa investigación iba a ser un buen negocio. Y no se equivocaron. El gobierno les otorgó un subsidio de varios miles de millones de dólares para producir grandes cantidades de químicos, que se fueron aplicando en las calles que aún tenían asfalto y en las paredes que todavía estaban pintadas. También se fabricó un champú con los mismos químicos, para las personas que conservaban su pelo.
Desde entonces, la invasión de los enzolves está controlada. Cada tanto se registran algunos brotes de enzolves de algún color, pero existe un mercado de productos que permiten combatirlos con facilidad. También se han desarrollado pólizas de seguro contra los efectos destructivos de los enzolves.
Luego del episodio, para prevenir nuevas invasiones, las autoridades decidieron prohibir el uso de material biológico en jabones y detergentes. La iniciativa tuvo gran aceptación en el público que, sin saberlo, estaba atentando contra la limpieza de su ropa. Desde que la prohibición entró en efecto, la ropa blanca que se ensucia nunca recupera su blancura, y los colores se van apagando cada vez más, hasta convertirse en pálidas imitaciones de lo que alguna vez fueron.