El estuche habla

Sí, está bien, se supone que soy resistente. Se supone que protejo a los anteojos de los golpes, entonces me tengo que bancar los golpes. Pero eso no significa que sea razonable estar tirándome al piso todo el tiempo.
Vos agarrás los anteojos y me dejás olvidado en el bolsillo. No pensás en mí, ni siquiera te tomás el trabajo de creer que voy a estar seguro. Después te sentás, te ponés cómodo, y no se te ocurre pensar en las posiciones peligrosas en las que me colocás. Si vos estás sentado, el bolsillo está horizontal, y yo quedo al borde de caer al vacío, capisce?
¿Sabés lo que significa para mí una caída de unos centímetros? Es un gran terror, porque si me llego a romper no voy a servir más, me vas a abandonar o tirar. Y, aunque sé que tarde o temprano voy a terminar así, no quiero acelerar el proceso. Quiero ser el estuche de tus anteojos mucho tiempo más.
Por eso te pido que me cuides. Que me ofrezcas el mismo respeto que das a los anteojos. Yo agradezco que confíes en mí para cuidarlos cuando no los usás, pero me gustaría que supieras que voy a estar en condiciones de cumplir con esa noble tarea mientras menos me caiga.
Si no, un día me voy a partir en dos, y los anteojos van a quedar sin hogar. Vas a tener que dejártelos puestos, o guardarlos solos en el bolsillo, exponiéndolos al mismo peligro al que ahora me exponés a mí. Por eso te conviene ir practicando. Si evitás que yo me caiga, cuando llegue mi inevitable fin tendrás más chances de evitar que los anteojos, huérfanos de mí, por un pequeño accidente se hagan trizas contra el suelo.