El hombre flan

Mateo estaba cansado de tener accidentes. Su andar torpe hacía que demasiado seguido se cayera, o se golpeara. Y su estado cada vez más frágil garantizaba que con cada golpe fuerte viniera una fractura. Ya no le quedaban huesos que no se hubieran roto alguna vez. Una radiografía de su cuerpo mostraba montones de fusiones.
Estaba harto de vivir enyesado. Muchas veces se fracturaba un hueso antes de que el anterior se soldara completamente, entonces se formaba un continuo de yesos al que estaba acostumbrado, pero que no tenía ganas de seguir tolerando. Sus amigos estaban también podridos de firmar yesos.
Cuando le ocurrió un accidente particularmente grave, en el que se rompió ambos fémures, tuvo que estar internado unos días. Eso le dio tiempo para reflexionar. Comprendió que odiaba a sus huesos. Sólo le traían disgustos. No los quería. Y si no fuera porque los necesitaba para mantener la estabilidad de su cuerpo, se desharía de ellos.
Poco a poco, se fue dando cuenta de que no era tan necesaria la estabilidad del cuerpo. Y, de hecho, su cuerpo, aun con esqueleto, distaba de tener una estabilidad destacable. Entonces decidió extirpárselo.
Los médicos no querían hacer la operación, pero Mateo era persistente, y siguió visitando cirujanos hasta que encontró uno que estaba dispuesto a liberarlo de su estructura.
Luego de la intervención, Mateo ya no se pudo sostener. Se convirtió en un flan humano, que se deslizaba por el suelo con gran desparpajo. Sin embargo, el cambio le resultó natural. No fue un gran esfuerzo adaptarse al nuevo modo de vida. En muchos aspectos le resultaba más práctico. Aprendió a enrollarse para pasar entre las personas que caminaban por la calle.
Pronto comprendió que muchas de las restricciones de la sociedad sólo se aplicaban a personas con esqueleto. Podía entrar a casi cualquier lugar, estuviera abierto o cerrado, con sólo aplastarse y pasar por la rendija de las puertas. No le molestaban los transportes aglomerados, porque su forma moldeable le permitía aprovechar el escaso espacio entre varias personas. Podía saltar grandes distancias y flotar sin hacer esfuerzo.
Pero lo que le cambió la vida fue la posibilidad de viajar. Se dio cuenta de que no necesitaba pagar pasaje en los aviones para poder conocer el mundo. Sólo tenía que ubicarse dentro de alguna valija, con o sin el permiso del dueño, y dormir una buena siesta mientras el avión lo llevaba al destino elegido. Si tenía la suerte de que la valija no se perdiera, en pocas horas podía estar en cualquier parte del mundo que tuviera ganas. Y nadie objetaba su intrusión, porque las máquinas de rayos X de los aeropuertos no detectaban su presencia.
La mayor desventaja era que su falta de sustento físico le impedía trabajar. No podía usar las manos para manipular ninguna clase de objetos, entonces perdió su empleo. Pero Mateo ahora era flexible, y ya no se dejaba vencer por los obstáculos, como cuando tenía esqueleto. Cuando se dio cuenta de que nadie le iba a dar un trabajo, se dio cuenta también de que no necesitaba una vivienda del tamaño de la suya. Así que ahora vive de alquilarla, con la salvedad de que siempre se reserva una porción de placard, donde reside cómodamente.