El mismo río

Es automático o voluntario. Y lo voluntario corre riesgo, con la repetición, de volverse automático. Las experiencias no se repiten. Se repiten los lugares. Uno no puede bañarse dos veces en el mismo río, pero no es el río el que no es el mismo. El río siempre es igual. El que cambia es uno.
Para ir en busca de lo mismo hay que hacer cosas distintas. Y no se encuentra lo mismo. Todo lo que no es irrepetible es tedioso. Se encuentra algo nuevo, o algo nuevo para nosotros, pero sólo si lo buscamos. Si no, las cosas nuevas pasan como río y no nos damos cuenta porque nos estamos bañando.
La repetición innecesaria termina mal. No es que haya que evitar las repeticiones. Hay que preguntarse por qué lo hacemos. Volver a hacer lo mismo viene con la carga de todo lo hecho antes, y eso transforma a la experiencia actual. La puede transformar en algo bueno o malo. Es preciso prestar atención y revisar si o que estamos haciendo sigue siendo lo que queríamos, o de tanto hacer lo que queríamos, se transformó en una fotocopia.
Hay que hacer pausa. Explorar. Ver si la persona que somos ahora quiere volver al mismo río, o si quiere buscar ríos distintos. O lagos. O montañas. O ciudades.
No se puede conseguir el movimiento constante. Cada tanto hay que parar, aunque sea para darnos cuenta de lo que nos movimos hasta ahora.
Si no, corremos el riesgo de convertir lo que nos gusta en ritual, en repetición arbitraria. En adicción. En mecanicismo. De tantas ganas que tenemos, si no miramos lo que hacemos podemos someternos a la obligación, y cuando nos queremos acordar, es el río el que se baña otra vez en nosotros.