El mosquito que no quería

“¿Qué soy, un hombre o un mosquito?” se preguntaba un mosquito. Después de un rato de introspección comprendió que no era un hombre. Y lo más importante, que nunca lo iba a ser.
El mosquito se entristeció. Pensó que no valía la pena su vida. No quería vivir a costa de otros seres. No quería ser un chupasangre. Soñaba con arar la tierra y vivir de sus cultivos, pero no tenía posibilidad de lograrlo. Sólo tenía destino de mosquito. Su vida se reducía a comer sangre y poner huevos.
La situación le pareció lamentable. El mosquito consideró las opciones que tenía, y encontró que no tenía ninguna. No podía dejar de ser lo que era. O, mejor dicho, no podía pasar de ser un mosquito a ser otra cosa. Por lo menos un perro, algún animal que se pudiera querer, algo.
Pero no. Era un mosquito, y no lo podía cambiar. Era su esencia. Terminaría sus días como mosquito indefectiblemente.
Entonces, ya que el final era el mismo sin importar lo que hiciera, le pareció que lo más razonable era adelantarlo. Decidió terminar con su vida. No valía la pena prolongar el sufrimiento.
Buscó un buen lugar para usarlo como destino. Revoloteó por la ciudad hasta que descubrió una pileta azul. Le hizo acordar al agua estancada donde había iniciado su vida, lleno de esperanza. Decidió que era la mejor manera de terminar.
Cuando se acercó, antes de impactar contra la superficie del agua, divisó los cuerpos de varios insectos que habían tomado la misma decisión. Todos irían a parar al mismo filtro. El mosquito, en su instante final, se sintió acompañado.