El ocaso del Marroc

El bocadito Marroc disfrutaba de una longevidad inconspicua. Nadie le prestaba demasiada atención. No era objeto de promociones ni aparecía en publicidad. Se limitaba a estar disponible, sin ofrecer más que lo que podía dar. El público, enterado de sus virtudes, lo consumía en forma moderadamente masiva. De modo que seguía siendo producido.
Durante décadas, no había cambiado nada. Ni la forma, ni el tamaño, ni la composición, ni el envase. Era una de las pocas cosas permanentes de la vida. El bocadito era familiar para todos, fácilmente identificable por su envase plateado y rojo. Era también barato, muy portátil, apto para llevar en el bolsillo sin llamar la atención y sorprender a alguien (o a uno mismo) con su repentino descubrimiento.
Todo iba bien hasta que a los responsables de marketing de Fel-Fort se les ocurrió prestarle atención como producto. Notaron el nivel parejo de ventas, y la buena imagen que tenía entre los consumidores. Y pensaron que podían aumentarse los ingresos provenientes del Marroc. Fue el principio del fin.
Se lanzaron a un proyecto que en teoría era promisorio. El primer fruto fue la aparición de un Marroc light, que se suponía que iba a ampliar el rango de consumidores del bocadito. Y, aunque fue razonablemente bien recibido por el mercado, no fue así. No se incorporaron consumidores nuevos, sino que algunos que comían Marroc se volcaron a la nueva versión de bajas calorías.
Los ejecutivos se dijeron que no era un mal comienzo. No es frecuente que se lance un producto nuevo sin campaña publicitaria y tenga la aceptación del Marroc Light. Así que los primeros resultados les dieron ánimo para encarar la segunda etapa del proyecto.
Consistía en hacer una gran campaña publicitaria. Si sin publicidad el Marroc era un producto muy masivo, era lógico pensar que una invasión de los medios por parte del bocadito iba a resultar en la multiplicación de sus ventas. Todo cerraba en teoría, pero un elemento que no tuvieron en cuenta fue el que terminó arruinando todo.
El error fue poner expectativas sobre un producto ya masivo. Se lanzó una enorme campaña de publicidad en toda clase de medios. Aparecieron carteles exaltando las virtudes del Marroc. Su nombre decoró la camiseta de Estudiantes de La Plata. Los conductores de los programas más populares de televisión comían el bocadito en cámara y comentaban entre sí el sabor placentero y tradicional que todos conocían.
Tras semejante despliegue, se previó un gran aumento de la demanda de Marroc, y se aumentó considerablemente la producción de bocaditos para poder satisfacerla. Pero el público no respondió como se esperaba. Sí, las ventas aumentaron un poco, porque el Marroc estuvo más en la conciencia de los consumidores, pero no lo suficiente como para justificar (o costear) la campaña publicitaria. Para peor, la producción de más obligó a bajar drásticamente el precio del bocadito para poder venderlos todos, y a detener la fabricación de nuevos hasta que se acabaran.
Luego del fracaso de la campaña, se decidió volver a la estrategia anterior. Pero algo se había roto. El público se acostumbró al nuevo precio de los Marroc, sin embargo, cuando volvió a ser producido el precio retornó a su valor anterior. Esto fue visto entre los consumidores como un aumento injustificado, de modo que le dieron la espalda, y comenzaron a comprar otros bocaditos, como el Cabsha, que se mantenían en el mismo precio de siempre.
Rechazado por el público, después de un tiempo la producción de Marroc fue discontinuada, como consecuencia del error de la empresa de no dejar en paz a su mejor producto.