El origen de otro deporte

Dos gauchos recorrían la pampa a caballo, sin nada que hacer. Eran aficionados al polo y tenían ganas de practicarlo, pero no tenían recursos para conseguir ni para fabricar pelotas. Sí tenían unos tacos rudimentarios, que después de varios meses de intentar jugar con manzanas, naranjas y (sobre todo) piñas quedaron inutilizables.
Pero los contratiempos no los amedrentaban tan fácilmente. Cualquier objeto podía servir como pelota, por ejemplo un par de medias envuelto sobre sí mismo. Si un sector de la media sobresalía, era útil para agarrar la pelota. La ausencia de tacos tampoco fue problema para estos gauchos ingeniosos. Decidieron que no los necesitaban, que podían dominar a los caballos y jugar la pelota al mismo tiempo. Incluso decidieron que los que usaban tacos eran mariquitas.
El problema era que jugar con diferentes objetos en reemplazo de las pelotas generaba poca estandarización. Podía ocurrir que un grupo jugara habitualmente con pares de medias y otro con damajuanas, entonces cuando se enfrentaban no sólo los rivales estaban acostumbrados a juegos distintos, sino que se producían conflictos al ver con qué objeto se iba a jugar esa vez. Y los conflictos entre gauchos no deben ser tomados a la ligera. Suelen resolverse a cuchilladas, y entonces el equipo que impone su pelota se queda sin rival, por lo tanto no es solución.
Así ocurrió una vez que dos equipos se habían citado para jugar a algo. Uno de ellos usaba ananás como pelotas, lo cual les daba, con el tiempo, más resistencia en las manos. El otro equipo usaba cráneos de toro, y al tirárselo muchas veces salían lastimados. Esto, según ellos, mejoraba la técnica de los que quedaban.
Ambos equipos estaban discutiendo con qué jugar el desafío y no se ponían de acuerdo. La discusión subía de tono a medida que se acercaba el atardecer, que marcaba el fin de la oportunidad de jugar. Los ocho gauchos estaban por desenfundar los cuchillos cuando se les acercó un pato salvaje.
“Cuac”, dijo el pato.
Los jugadores se miraron y comprendieron que habían hallado la salida. Se abalanzaron sobre el pato y se sorprendieron al notar que hacía una pelota muy efectiva. Desde entonces, antes de jugar capturaban dos o tres patos para tener pelotas de repuesto.
La costumbre se expandió por la pampa y, con el tiempo, el deporte se extendió por todo el territorio argentino. Cuando hubo que darle un nombre, se decidió llamarlo “pato”.