El placer del Apocalipsis

Soy el último sobreviviente de la humanidad. El cataclismo que terminó con mi especie no pudo conmigo. Ahora recorro los restos de la civilización para poder sobrevivir. Duermo en cualquier parte. Ya no tengo casa, el mundo es mi hogar.
Todos los días camino decenas de kilómetros en busca de comida. Necesito mucha más energía que antes. Tengo que atravesar caminos bloqueados. Huyo de los animales salvajes que me acechan a cada paso. Debo trepar las paredes de antiguos edificios que ya no son habitables pero aún conservan preciosos nutrientes. Esquivo vigas que caen, ratas que compiten por mi alimento y suelos frágiles que me hacen codear con la muerte a cada paso. Habitualmente atravieso situaciones tensas. Mi cara siempre está cubierta de sudor. Son preciosos los momentos en los que logro desenchufarme y pasar un rato agradable. Por eso me pongo tan contento cuando encuentro una Coca-Cola.
Coca-Cola me proporciona el refrescante alivio que necesito para mantener mi estilo de vida. Un vaso de Coca-Cola me devuelve la alegría en este mundo cruel. Y cuando me topo con una heladera que aún funciona, no hay mayor placer que sacar de ella una Coca-Cola bien helada. Cada vaso, lata o botella que tomo me da ánimo para seguir adelante, con la ilusión de, entre los escombros de alguna gran ciudad, encontrar otra Coca-Cola.