El privilegiado

Al término de su ejemplar vida, Román murió. Sus deudos se entristecieron con la pérdida, pero se consolaron con la idea de que estaba en un lugar mejor. Era cierto: Román, luego de morir, fue al Paraíso.
Allí lo recibió San Pedro. Después de chequear su acta de pecados, lo dejó pasar y le dio las instrucciones correspondientes. El guardián de las llaves del Cielo lo felicitó por haber llegado hasta ese lugar.
Román se dirigió a su habitación, que quedaba bastante cerca de la puerta. Una vez instalado, quiso conocer el lugar en el que pasaría toda la eternidad. Entonces salió del aposento y se dirigió al área común. Para llegar consultó el mapa desplegable que le había entregado San Pedro en la charla de admisión.
El Paraíso era un lugar puro, con mucho blanco y bien iluminado. Román nunca había oído tanto silencio. Fue recorriendo las instalaciones. Las diferentes áreas recreativas estaban vacías, aptas para ser usadas por él en cualquier momento. Evidentemente, pensó, no tener que esperar turno era una de las ventajas del Paraíso.
En su recorrida, Román notó algo extraño: la ausencia de otras almas como él. Pensó que tal vez había un Paraíso para cada persona y él estaba en el propio. Pero no entendió por qué, entonces, existía el área común.
Cuando volvió a su habitación, encontró en la puerta una chapa con su nombre. Quiso mirar los nombres de las puertas cercanas para saber quiénes eran sus vecinos. Estaba interesado en conocerlos, porque existía la garantía de que habían sido buenas personas. Sin embargo, ninguna de las puertas que Román miró tenía chapa.
Al día siguiente, Román buscó a San Pedro con la intención de preguntarle dónde estaban las otras almas. Fue hacia la puerta por donde había entrado. Miró a través de las magníficas rejas. San Pedro estaba en su escritorio, medio dormido. Lo despertó con un chistido. Román le hizo la pregunta, sin esperar la respuesta que recibió: no había otras almas. Él era la primera persona en la Historia que había hecho méritos suficientes para ir al Paraíso.
Ante la segunda pregunta de Román, San Pedro contestó que no tenía idea de cuándo podría aparecer algún compañero. Le sugirió que disfrutara las instalaciones, que se mantenían nuevas, y también le indicó que podría elegir el mejor lugar posible para contemplar a la divinidad.
Román quedó al mismo tiempo decepcionado y orgulloso. Se marchó hacia su habitación. A partir de ese momento, todos los días recorría el Paraíso que tenía para él solo, mientras se preguntaba cuándo aparecería alguien que llegara a su nivel.