El salmón Argüello y el gran tiburón

El salmón Argüello brillaba por su oscuridad. Generaba bidones de evidencia, a medida que avanzaba en sus asuntos. Llevaba un portafolios impermeable. Adentro, guardaba todo lo que pensaba que iba a necesitar. Llevaba otro portafolios, más grande, donde llevaba todo lo que pensaba que no iba a necesitar. Todos los días ordenaba ambos portafolios.
Un día, el salmón Argüello tuvo la sensación de que algo lo rodeaba. No supo exactamente qué era. Estaba en condiciones de saber que no era nada bueno. Decidió que lo mejor era fijarse qué podía ser, y rápidamente comprobó que un enorme grupo de huevos de tiburón se acercaba a él.
Los embriones de tiburón no paraban de desarrollarse. El salmón Argüello se alarmó. “Tengo que salir de acá antes de que sea demasiado tarde”, pensó. Quiso entonces calcular cuánto tiempo tenía. Los tiburones, cuando salieran del huevo, iban a estar hambrientos, ansiosos por probar carne. Y él prefería que fuera carne de otro.
Pero los huevos eran tantos que no estaba seguro de poder escaparse sin que se le quedara alguno enganchado en alguna escama. Decidió que lo mejor era siempre saber dónde estaban los tiburones. Y para eso tenía que tener cierto control sobre ellos.
Era el momento adecuado para lograr ese control. El salmón Argüello agarró una tercera valija que tenía por ahí, y colocó cuidadosamente todos los huevos adentro. Empezó entonces a llevar una valija con lo que creía que iba a necesitar, otra con lo que creía que no iba a necesitar, y otra con huevos de tiburón.
Los tiburones que estaban adentro de los huevos no se enteraron de que, a su vez, estaban adentro de una valija. Y crecieron igual. Pasaba el tiempo, había cada vez menos lugar. Los huevos se apretaban unos contra otros mientras crecían. Al apretarse, se unieron, hasta que quedó en la valija un solo huevo grande, que empezó a desarrollar un súper tiburón. Cuando tuvo dientes, rompió la valija como si fuera la segunda cáscara de su huevo. Esto le dio práctica de masticación. Emergió súbitamente, dispuesto a seguir practicando.
¿Qué tenía cerca? El salmón Argüello  estaba en una reunión, y se había llevado la valija que contenía lo que necesitaba. El gran tiburón vio la segunda y la confundió con otra sabrosa cáscara de huevo. La masticó para liberar al tiburón como él que debía estar adentro. Pero cuando logró hacer un agujero, encontró que ese huevo estaba lleno de objetos inservibles: peines, limas de uñas, carburadores, software de base de datos, talco. El joven y enorme tiburón no entendía lo que estaba pasando.
El que entendió fue el salmón Argüello, que justo salía de su reunión junto a la almeja Ferreyra. Al ver al tiburón, la almeja Ferreyra entró en pánico y se cerró con un ruido seco, inconfundible. El gran tiburón miró para ese lado y no vio nada salvo el salmón Argüello, con su valija de elementos necesarios. Y se abalanzó, no hacia el salmón Argüello, sino hacia la valija.
El salmón Argüello también entró en pánico. Pero no sabía qué hacer. Lo lógico era salir nadando para el lado opuesto al que el tiburón se dirigía. Pero el salmón Argüello era un salmón, y por eso siempre nadaba contra la corriente. No convenía dirigirse hacia donde estaba el tiburón.
Entonces vio que tenía más opciones. El espacio acuático resultó tridimensional. Podía nadar para los costados, para arriba, para abajo. El tiburón era enorme y recién nacido, no podía tener mucha destreza. Entonces decidió nadar hacia todas las direcciones. Generar un remolino que despistara al joven predador lo suficiente como para poder escapar.
Pero el gran tiburón no era tan fácil de despistar. Sobre todo cuando la valija de objetos necesarios estaba tan pesada. El salmón Argüello no se había dado cuenta de empacar su arpón. Habría sido útil, pensó, pero le había quedado entre lo que pensaba que no iba a necesitar. No se imaginó que todos los huevos iban a producir un solo tiburón, ni que ocurriría ese día. Tenía una gran ignorancia sobre los procesos embriológicos de los selacimorfos.
De repente, el salmón Argüello vio a su arpón. Estaba flotando, después de que el gran tiburón destrozara la valija de lo innecesario. Se apresuró hacia él, y logró tomarlo con una de sus aletas. Ahora era cuestión de arrojarlo con fuerza y precisión. Pero el salmón Argüello no tenía mucha práctica en caza de tiburones, ni en lanzamiento de arpones.
Se dio cuenta de que para arrojar el arpón lo mejor era usar la boca, y mover su cuerpo como un elástico para generar la fuerza necesaria. Para eso, necesitaba soltar por un momento la valija. La dejó flotando a su alrededor. El gran tiburón, atento a lo que ocurría, supo que era su oportunidad. Se abalanzó hacia la valija mientras el salmón Argüello trataba de acomodarse el arpón, y huyó con ella hacia las profundidades.
El salmón Argüello se quedó confundido. Después de unos minutos, recogió los elementos que flotaban por ahí. Sabía que eran los que no necesitaba. Pero eran todas las posesiones que le quedaban.