El sol está nublado

“The rain exploded with a mighty crash as we fell into the sun”
Paul McCartney

Nuestra misión era investigar las nubes que aparecieron alrededor del sol, que bloqueaban la luz que habitualmente llegaba a los planetas para que ellos decidieran si la bloqueaban con nubes propias. Queríamos saber de dónde habían salido y, sobre todo, si había alguna posibilidad de disiparlas.
Tuvimos que hacer complicadas maniobras para llegar hasta ellas. No se puede ir tan cerca del sol a toda velocidad, porque queda poco espacio para frenar antes de caer en el astro. Así que tardamos más de lo que nos hubiera gustado. Pero finalmente pasamos la órbita de Mercurio y vimos las nubes con gran claridad. Habitualmente no hubiéramos podido mirar para ese lado, nos hubiéramos quedado ciegos, pero las nubes nos protegían de ese peligro. Aunque no de la insolación, porque es sabido que cuando está nublado los rayos pegan más que cuando no, entonces todos nos pusimos protector de alta gradación.
Cuando estuvimos cerca de las nubes, nos ocupamos de encender todos los instrumentos pertinentes. Tal vez estábamos demasiado concentrados en los datos que finalmente obtendríamos y nos distrajimos de la función básica de pilotaje de la nave. La cuestión es que al penetrar en las nubes nos sacudió una fuerte turbulencia que nos hizo perder el equilibrio. Y cuando uno está a pocos kilómetros del sol, el equilibrio es importante.
Pese a nuestros esfuerzos, caímos inexorablemente hacia el sol. Atravesamos las nubes y lo vimos por primera vez cuando ya era tarde. Tuvimos el triste privilegio de saber que nos acercábamos a una muerte segura, que se produciría en el momento en el que entráramos en contacto con las gigantescas llamaradas solares. Antes nos quedaba sólo disfrutar el camino, que hubiera sido disfrutable si no sabíamos el final.
Hacia ahí íbamos, con lentitud relativa porque las distancias en el espacio son enormes, pero estaba claro que no podíamos volver a estabilizar la nave a tiempo, aunque lo seguíamos intentando. En una de ésas se producía algún hecho inesperado, algo que nos salvara en el último minuto del destino que nos esperaba.
Y eso es lo que ocurrió. De pronto, oímos un enorme trueno y se largó un chaparrón como no habíamos visto nunca. Pero era exactamente lo que necesitábamos. El contacto con el agua hizo apagar el fuego solar. A su vez, ese fuego hacía calentar al agua hasta evaporarse, entonces no se apagaba el sol entero, sino sólo la parte más cercana a la superficie. Vimos el efecto incrédulos, porque sabíamos muy bien que el sol no se compone de fuego sino de reacciones nucleares, pero después recordamos que no conocíamos bien la naturaleza de la precipitación. Era perfectamente probable que no fuera agua.
El caso es que, al apagar las “llamas” más cercanas, logramos tener suficiente espacio para hacer las maniobras de estabilización de la nave, y al conseguirlo nos escapamos de ahí sin perder tiempo.
Es gracias a esa lluvia, que justo explotó mientras caíamos al sol, que podemos contar la historia.