En el mapa

Divisé un mapa y fui hacia él. Tenía esperanzas de que me orientara acerca de dónde estaba y hacia dónde tenía que ir. El lugar era bastante confuso, era fácil perderse. Habitualmente me oriento sin problemas, pero había pocas referencias que me ayudaran a ubicarme. Por eso me sorprendió que no hubiera nadie mirando el mapa cuando llegué a él.
Estaba entre dos hierros clavados en el suelo. Sin embargo, su orientación no era vertical, ni tampoco horizontal. Estaba a unos treinta grados respecto del suelo, suponiendo un suelo plano. Asumí que esa disposición era para poder ubicarme más fácilmente, sin tener que transponer dimensiones entre el mapa y la realidad.
A pesar del buen tino de la orientación, tuve que acercarme mucho porque estaba bastante mal diseñado. Se podía reconocer que era un mapa, pero no parecía estar a escala. Había mucho espacio y una inscripción con letra muy chica. Tan chica que no se leía a menos que me acercara más.
Incliné entonces mi cuerpo hacia el mapa. Mi torso quedó con una orientación opuesta a la del mapa respecto del suelo, y sin embargo igual no podía leer. Me acerqué más, temiendo perder perspectiva. Corría el riesgo de no ver el contexto de la inscripción cuando la pudiera leer. De todos modos, razoné que podía leerla, recordar el contenido y alejarme un poco para ver el mapa en general.
Pero razoné mal. Cuando me agaché tanto que toqué el mapa con la frente, sentí un viento que me impulsaba hacia el mapa. De repente mis pies se levantaron del suelo y antes de que pudiera impedirlo el mapa me aspiró.
Quedé dentro del mapa, junto a mucha gente que se notaba que no podía salir. Pero, por lo menos, desde mi punto de vista se podía leer la inscripción. Decía “usted está aquí”.