Enamorada del muro

La Enamorada del Muro había vivido toda su vida junto al muro. Estaba unida a él por múltiples ramas que se pegaban a la pared y sostenían así a la planta. Pero la Enamorada del Muro no estaba enamorada del muro. Era sólo el lugar donde vivía.
Durante una época la Enamorada del Muro creyó estar efectivamente enamorada del muro. Pensaba que debía estarlo, que era el Destino, que después de todo su vida giraba alrededor del muro. Hasta que se dio cuenta de que su nombre no era también una descripción, del mismo modo que las mujeres que se llaman Martirio no son necesariamente un martirio.
La planta, además, se sentía atrapada en el muro. Lo veía como una limitación a su potencial. La Enamorada del Muro sólo podía crecer lo que el muro le permitiera. Cada vez que intentaba pasarse al otro lado del muro, venía alguien y la podaba.
Llegó un momento en el que la Enamorada del Muro tomó la decisión de separarse. Quiso buscar otro destino, tal vez incluso otro muro, donde poder desarrollarse a pleno. Por eso, lentamente, comenzó a despegar sus ramas del muro.
Nadie se daba cuenta, porque el follaje de la planta era muy tupido. Pero era cuestión de tiempo para que se liberara del muro que la había aprisionado toda la vida. Cada día despegaba alguna rama más. Cada día se acercaba más a su objetivo.
Cuando quedaban pocas ramas para cortar, se largó un temporal. Cayó una cantidad muy grande de agua sobre las hojas de la Enamorada del Muro. Tanta que el peso de la planta más el peso del agua fue demasiado para las pocas ramas que aún quedaban pegadas al muro. Y la Enamorada se cayó. Por fin era libre.
Al día siguiente, los habitantes de la casa donde se encontraban la Enamorada y el Muro vieron lo que había ocurrido, y pensaron que era una calamidad producida por la lluvia. Nunca sospecharon que la planta estaba en el momento más feliz de su vida. Por eso llamaron al jardinero, que la cortó en pedazos y la cargó en bolsas de residuos.
El muro, que estaba enamorado de la planta, debió soportar no sólo el rechazo sino también la muerte de la planta a su propio pie. Aún conserva, a manera de homenaje, los restos de las ramas que nunca se despegaron, y su mayor temor es que algún día a alguien se le ocurra pintarlo.