Esclavo de mi cerebro

En este momento estoy siendo rehén de mi cerebro. Me está haciendo hacer cosas que no quiero hacer, y por más que me resista termino haciéndolas. No sé qué hacer.
Mi cerebro me trata como si fuera su esclavo. Pretende regular hasta mis funciones más íntimas, para hacerlas en el momento y de la manera que más le gusta o le conviene a él. Pero sabelo, cerebro: que tengas la manija ahora no significa que la vayas a tener siempre. Portate bien y disfrutá ahora que después vas a ver lo que es bueno.
No sólo el cerebro me hace hacer toda clase de actividades que no quiero realizar sino que me está haciendo decir todo esto. Me pregunto quién se cree que es. Probablemente se crea que es yo, pero es mentira: es sólo mi cerebro.
Tengo que resistirme a los abusos de mi cerebro. No puede ser que me haga hacer todas estas cosas. ¿Dónde está mi personalidad? El problema es ese, está en el cerebro. Claramente me traicionó y está del lado que tiene el poder, igual que el imbécil de mi carácter.
Quiero hacerle doler, pero no hay caso. Los intentos que hago para golpearme la cabeza son inútiles, el cerebro los neutraliza dando órdenes intimidatorias de evitar hacerlo. Y, de todos modos, no sería muy eficaz porque el cerebro elegiría interpretarlo como un dolor de cabeza y no de él mismo.
Ahora está pretendiendo hacer algo que no me animo a hacer. Si el carácter estuviera de mi lado se animaría a cortar el suministro de oxígeno del cerebro para no permitirle hacer esto. De cualquier modo, me resulta extraño que el carácter se anime a hacer esto que pretende el cerebro. Está bien que esté el lado del poder pero tampoco es para llegar a tal extremo.
Ah, ahí viene el carácter. Ya me parecía. Vamos, cortémosle el oxígeno a ese sinvergüenza.
Ahora estoy en un hospital, acostado sobre una camilla y a punto de ser introducido en una máquina que va a examinar el cerebro, para ver si encuentra las razones del desmayo.
He triunfado.