Esto nunca ocurrió

Hernán entró a su casa. No, digamos que Hernán entró a una casa. No, tampoco. Hernán tocó timbre y le dejaron entrar. No. Hernán abrió la puerta de calle y subió en ascensor hasta su departamento. Pero llamarlo Hernán puede ser sospechoso. No estoy hablando de nadie que yo conozca, y menos de ningún Hernán que yo conozca. Mejor cambiémosle el nombre. Es Santiago, no Hernán. Lo dicho anteriormente de un departamento se aplica a Santiago. Olvídense de Hernán.
Santiago, decía, acababa de entrar a su vivienda. Cuando cerró la puerta notó un olor extraño. En realidad no notó un olor extraño, esto lo digo para diferenciar lo que realmente pasó de lo que estoy contando. El olor que Santiago no notó venía del baño. No, venía de la cocina. Sí, venía de la cocina pero no de la cocina en tanto electrodoméstico sino del ambiente donde se encontraba esa otra cocina. Más exactamente, había olor en el lavarropas. Créanme que el lavarropas de Santiago estaba en la cocina.
Santiago notó que el olor le era familiar. No, mentira, no le era familiar en absoluto. Él nunca había estado en presencia de un olor semejante. Bueno, eso tampoco es 100% cierto. Alguna vez había olido algo así pero no se acordaba bien cuándo. En realidad, debo decir, Santiago se acordaba pero yo no. Sepan disculpar.
Santiago supo que había algo en su lavarropas. Pero lo supo mucho después, una vez que todo esto hubo terminado. En ese momento no sabía nada. No estoy acusándolo de premeditación, que se entienda bien. Queda establecido que Santiago no sabía lo que iba a encontrar en el lavarropas. Pero tal vez sea justo decir que sospechaba que lo que encontraría de abrirlo no iba a ser nada bueno.
Santiago se dispuso a abrir el lavarropas. En verdad, esa afirmación no es completamente rigurosa. Santiago dudó muchísimo. Pensó en llamar a alguien. Pero no supo a quién. Finalmente se decidió y abrió el lavarropas.
No, no fue así. No abrió el lavarropas. Santiago no tenía lavarropas. Es más, ni siquiera se llamaba Santiago. Era Adrián. Adrián, no Santiago ni Hernán, había entrado a su departamento, no a su casa ni a una ajena, y había sentido un olor que provenía de la cocina, donde no tenía un lavarropas. Sería absurdo tener un lavarropas en la cocina, nadie lo creería. Pido disculpas por haber inventado una historia tan poco creíble.
Lo que ocurrió fue esto. Posta. Adrián entró a su departamento y sintió un olor extraño que provenía de alguno de sus ambientes. No, no debí haber escrito eso. Lo que sintió fue un ruido extraño. Eso es más razonable. Más realista también. No, más realista no es. Perdón. Es sólo más razonable. Adrián escuchó un ruido. Nop. Oyó un ruido es lo que debí haber dicho. Era un tenue ruido metálico que se repetía haciéndose más fuerte cada vez.
En realidad no era un ruido metálico. Era como pequeños golpes, como pisadas. Como si hubiera alguien más en su hogar. Alguien estaba ahí, tal vez para robar. Adrián se alarmó. No, no se alarmó, Adrián era muy valiente. Adrián tuvo precaución. Sí, eso. Adrián agarró su celular y llamó a la policía. Pero lamento decir que una vez más falté a la verdad. No ocurrió esto que acabo de decir. Sí llamó a la policía, pero desde el teléfono fijo de la vivienda a la que acababa de entrar. No tenía celular. Aunque en verdad sí tenía celular pero se le había acabado la batería.
La policía no tardó en llegar. No, en realidad sí tardó un rato, no se puede no tardar. Lo que quiero decir es que un patrullero llegó rápido, y la patrulla que contenía subió al departamento no mucho tiempo después de la llamada que realizó Adrián desde el teléfono fijo de su departamento cuando oyó ruidos extraños como pisadas que provenían de alguno de sus ambientes en el momento en el que acababa de entrar.
Pero no fue así como lo estoy contando. Tengo que corregir un par de detalles. Adrián entró al edificio pero no al departamento. Se quedó en la puerta y entró pero después de la llegada de la policía. Había llamado por celular, no por el teléfono fijo, y la batería sí se acabó pero después de esa llamada. Y se constató que los ruidos de pisadas que oía eran los de la policía que respondía a su llamado.