Garantía extendida

Ya desde el vamos no me gusta que me ofrezcan garantía. Si un producto está garantizado por un año, pienso primero que estoy comprando algo falible, y en segundo lugar, algo que no me están dando mucha confianza de que vaya a durar en buen estado más que un año. Por lo menos podrían garantizar el buen funcionamiento del equipo durante el tiempo que estoy pagando las cuotas.
Las casas de electrodomésticos se han hecho eco de esta sensación, y ofrecen el servicio de garantía extendida: se trata de complementar el período de fábrica, dando la tranquilidad al comprador de que si se le rompe va a poder arreglarlo gratis o semigratis. Lo sentimos, equipos que no se rompen no están a la venta.
Cuando compré el lavarropas me ofrecieron hacerlo. Implicaba un costo algo superior al ya importante precio del producto. Pero me pareció que valía la pena. Quedarme sin lavarropas ya es problemático, como para encima tener que pagar un fangote de reparación. Decidí que era lo mejor.
Y, efectivamente, el período de garantía original pasó sin que se rompiera. Los fabricantes debían saber que no se iba a romper tan rápido. Me puse contento de haber pedido la garantía extendida, porque estaba cubierto por dos años más.
Claro que al tiempo empecé a estar algo intranquilo. Me di cuenta de que lo que había hecho no era otra cosa que una apuesta. No sólo aposté a que mi lavarropas se iba a romper, sino que la reparación iba a costar más que lo que había pagado por esa tranquilidad de poder arreglarlo. Y me sentí mal, porque me di cuenta de que estaba deseando amortizar esa plata que puse, y eso implicaba la necesidad de que el lavarropas se rompiera.
Pero no se rompía. Resultó un producto sólido el muy condenado. Pasó el primer año suplementario, y nada. Entraba ropa sucia, salía ropa limpia. Un desperdicio. Era como las veces que voy al médico, me hace esperar una hora y después me dice que no tengo nada. No hay retorno de la inversión.
Me daban ganas de sabotear el lavarropas. Pero eso implicaba fraude, que estaba específicamente prohibido por los términos de la garantía. Era trampa, y lo entendía. El lavarropas debía romperse por sí mismo. Empecé a pensar que los de la casa de electrodomésticos también sabían lo que hacían, y tenían mucha más confianza que yo en sus productos. Estaban vendiendo una reparación que probablemente no iban a tener que hacer. Es un buen negocio. Si fuera ellos, haría lo mismo.
Pero soy yo. Y ya había pagado. No me servía para nada arrepentirme. Ya había decidido no pedir la extensión nunca más, y tomar el costo de ésa como un aprendizaje. Estaba claro que el período iba a pasar sin incidentes. Prefería pagar una eventual reparación antes que volver a pasar por esa angustia.
Hasta que, el mismo día que vencía, ocurrió lo que esperaba. El lavarropas me rompió la ropa que puse a lavar. Era la oportunidad. Pero ya no quedaba mucho tiempo. Debía llevarlo al local antes de que fuera demasiado tarde. Tuve que salir temprano del trabajo, desconectar el aparato y cargarlo en el auto. Comencé entonces una carrera contra el tránsito. Sabía que tenía hasta las 6 de la tarde. La emergencia convirtió al auto en ambulancia. Tuve que pasar semáforos en rojo, meterme contramano, subirme a veredas. Hasta que llegué al local, estacioné y bajé el lavarropas. Luego corrí con él, hasta apoyarlo sobre el mostrador, jadeante y triunfal, cuando faltaban apenas segundos para la hora de cierre.