Gente como uno

Hugo salió de su casa con destino a la cancha de River. Tenía que tomar el 65 en Avenida La Plata y Garay, y agradeció que no estuviera más en la zona la cancha de San Lorenzo. De lo contrario, el tránsito podría estar desviado, tal como estaba en los alrededores de River ese día. El plan era ir hasta Barrancas de Belgrano y caminar las diez cuadras restantes.
Cuando llegó a la parada, había una sola persona esperando el transporte. Hugo se dio cuenta de que la otra persona era él, y se sorprendió al verse. El otro Hugo también se reconoció en el Hugo recién llegado, y lo saludó. Se dieron la mano, y el apretón se vio favorecido por el cumplimiento de la expectativa de cada Hugo en cuanto a la firmeza y duración de la sacudida. Hugo y Hugo entablaron una conversación, en la que se dieron cuenta de que tenían visiones similares sobre los temas que tocaron. También vio Hugo que el otro Hugo estaba yendo, como él, a la cancha de River a ver el partido que se jugaba ese día. Después de unos minutos vieron que se acercaba el colectivo.
Uno de los Hugos paró el colectivo, y mientras se detenía pudieron ver que estaba bastante lleno. No se sorprendieron, tal cantidad de gente era habitual a esa altura del recorrido, y más un día de cancha. Ambos Hugos subieron al colectivo, y el primero de ellos se sorprendió al ver que el chofer era Hugo.
Hugo (el que se había subido primero) se dio vuelta y miró al Hugo que se estaba subiendo. Luego miró al Hugo chofer, le sonrió, lo saludó y le marcó el importe del boleto. Tenía ganas de hablar un poco más, pero estaba prohibido conversar con el conductor. El otro Hugo hizo lo mismo.
Hugo, mientras la máquina procesaba sus monedas, empezó a pispear el lugar más adecuado para pararse a la pesca de un asiento, cuando un detalle captó su atención. Todos los que estaban parados, y también los que estaban sentados, eran Hugo. Hugo, al comprobarlo, quiso señalarle ese hecho al Hugo que había subido detrás de él, pero no lo pudo identificar. El colectivo estaba bastante lleno y Hugo se había perdido en un mar de Hugos. Igual no era grave, ambos tenían el mismo destino y se podían volver a encontrar cuando llegaran.
A medida que el colectivo se acercaba a su destino los Hugos empezaron a cantar canciones de cancha y golpear la carrocería de la unidad. En algunas paradas subieron otros Hugos que se fueron incorporando al coro.
En un momento subió el inspector, que era también Hugo. Hugo pidió a los otros Hugos el boleto, y utilizando un aparato diseñado para ese menester, cortó un pedazo del comprobante de pago que cada Hugo había recibido al subir. Algunos Hugos lo saludaban al reconocerlo, otros seguían con el canto entusiasmados.
Llegaron a Barrancas y, como Hugo suponía, todos iban para River. Se formó una caravana de Hugos cantores que caminaban por Libertador mientras al grupo se iban uniendo otros conjuntos de Hugos que venían de otras partes de la ciudad.
Algunas cuadras antes del estadio había un cordón policial donde se controlaba que cada espectador tuviera su entrada y se lo palpaba por si llevaba armas. Los oficiales a cargo de la inspección eran también Hugo, y ellos, por estar revisando a ellos mismos, no los hicieron demorar mucho.
En la puerta del estadio fueron bienvenidos por los Hugos del control de entradas, quienes cortaron la mitad de la localidad de cada Hugo, y los remitieron a los Hugos acomodadores, quienes los llevaron a sus lugares.
La cancha se llenó. Había 80.000 Hugos en el lugar, dispuestos a ver el partido. Varios habían llevado banderas que decían “Hugo presente”. Un Hugo cocacolero pasó dificultosamente entre los Hugos espectadores ofreciendo vasos de una bebida fabricada con una mezcla de gaseosa cola y agua, y algunos de los Hugos compraron. Se anunció por altoparlantes la formación de River, que era la siguiente: Hugo; Hugo, Hugo, Hugo, Hugo; Hugo, Hugo, Hugo; Hugo; Hugo, Hugo. El técnico era Hugo y el árbitro era Hugo. Se lo reconocía porque estaba vestido de un color distinto al de los jugadores.
Arrancó el partido y pasados unos minutos hubo un gol del equipo visitante, marcado por Hugo. Hugo (el que había hecho el gol) gritó con motivo de la conversión y fue hostigado por los Hugos espectadores. Decían que no tenía respeto por el equipo que lo había visto crecer. Y era porque Hugo había jugado en River, aunque ahora defendía otros colores.
Mientras tanto, en su casa, Hugo miraba el partido por televisión. Lo hacía con relatos de Hugo y comentarios de Hugo, pero al no soportar el estilo de esos periodistas decidió apagar el sonido del televisor y encender la radio, donde relataba Hugo.
River pudo empatar y pasó a ganar con un penal dudoso. Las malas lenguas decían que Hugo había cobrado el penal por influencia del presidente de la AFA, que tenía con Hugo una relación muy especial: eran la misma persona. Igual relación tenía el árbitro Hugo con el tesorero de River, y ese dato no hacía más que alimentar las sospechas.
Pero a los Hugos que miraban el partido no les importaban esos datos. Festejaron el triunfo y al terminar el encuentro salieron, contentos, a festejar con los Hugos que estaban afuera. Hugo volvió a tomarse el 65 y se fue a su casa. En el colectivo seguían festejando. Pensaba Hugo que por eso le gustaba el fútbol, por momentos así. Disfrutaba cuando el equipo ganaba, pero más disfrutaba cuando iba a la cancha, porque podía sentirse parte.