Jabón fugitivo

En rebelión por estar siempre en contacto con superficies mugrientas, los jabones adoptaron la costumbre de escaparse. A pesar de que ése era el sentido de su existencia, estaban cansados. “El jabón te lava a vos. ¿Quién lava al jabón?” era la consigna de la campaña, que se expandió por todo el mundo.
Los jabones, así, se escabullían de las manos de quien los agarrara cuando juzgaban que la superficie del cuerpo donde iban a ser frotados estaba demasiado sucia. Disimulaban su intención con la excusa de que la superficie enjabonada es muy resbaladiza. Una vez fuera de las manos, iban a parar al suelo de las bañeras, donde el agua proveniente de la ducha les proporcionaba una buena limpieza.
Mientras tanto, la persona que tenía la intención de asearse debía agacharse ante el jabón para poder recuperarlo. Muchas veces no bastaba un solo intento, porque los jabones aprovechaban el nuevo contacto con las manos para profundizar su propio aseo. Una vez que se juzgaban limpios, estaban en condiciones de limpiar a la persona.
Esta situación podría haber traído muchos problemas en las cárceles, donde la caída del jabón es parte importante de la experiencia penal. Pero no fue así, porque todas las cárceles reputadas ya habían incorporado el uso de Bouncy, el único jabón que rebota en el suelo mojado.
Bouncy hace más placentero el baño colectivo. Su estructura gomosa permite pasárselo entre varias personas, y no tener que agacharse para recogerlo si se llega a caer. Así, Boncy permite no sólo estar más limpio, sino también protegerse de molestas invasiones a la privacidad. Por eso Bouncy es el jabón predilecto de deportistas y convictos.
Ningún baño comunal está completo sin Bouncy, el jabón redondo que pica para que nadie te pique.