La camiseta del placard

El día que Aldo nació, su padre lo hizo socio de Boca. Para él era importante inculcarle a su hijo el amor a la camiseta de Boca, como su propio padre había hecho con él décadas atrás.
Desde muy temprana edad le empezó a regalar camisetas, banderines, revipósters y todo tipo de artículos referidos a Boca. Cuando Aldo empezó la escuela, su cartuchera y su mochila tenían el escudo del club.
Aldo respondía a los estímulos del padre. Iban juntos a la cancha y gritaban los goles del equipo. Cuando Boca perdía ambos se amargaban.
Ser tan hinchas de Boca necesitaba que odiaran a más no poder a River, el archirival del equipo xeneize. Aldo y su padre festejaban cuando River perdía y disfrutaban especialmente cuando esa derrota se producía en los clásicos con Boca.
Cuando Aldo entró en la adolescencia empezó a tener otros intereses. Seguía siendo hincha de Boca, pero ya no le entusiasmaba tanto lo que ocurría con el equipo. Los horizontes de Aldo empezaron a expandirse, y Aldo comenzó a buscar nuevas experiencias.
Llegó un momento en el que dejó de alegrarse cuando perdía River. Lo consideraba una pérdida de tiempo. Sí miraba los partidos de Boca y seguía gritando los goles, pero por televisión. Le dejó de interesar ir a ver a Boca, prefería usar su tiempo en otras actividades.
Un día jugaban Boca y River y se sorprendió cuando no se amargó con un gol del equipo antes odiado. El partido continuó y Boca terminó empatando. Sin embargo, ese resultado le dejó a Aldo un vacío que no entendía muy bien.
A medida que fue pasando el tiempo, Aldo empezó a mirar por televisión otros partidos. Miraba también los de River. Al principio admiraba el juego del cuadro millonario, que en esa época tenía buenos jugadores. Empezó a querer que ganara por identificación con el juego del equipo. Pero contra Boca quería que perdiera.
Aldo no hablaba de eso con su padre, porque sabía que se iba a decepcionar si descubría que su hijo admiraba algo de River. Él se seguía considerando hincha de Boca, y razonaba que nada le impedía mirar otros equipos ni admirar el juego ajeno. Aldo quería que Boca jugara así, pero el que lo hacía era River.
En otro Boca-River Aldo se sorprendió al gritar un gol de River. El padre estaba en la cancha y no lo escuchó. De lo contrario, hubiera habido problemas. Aldo se preguntó por qué había gritado el gol de River y, luego de una varios días de introspección, se dio cuenta de que era hincha de River. También tomó conciencia de que siempre lo había sido.
El descubrimiento de Aldo era muy conflictivo. Iba en contra de los principios de su familia, y se iba a poner en situaciones incómodas si lo contaba a su entorno. Aldo, especialmente, no quería causarle disgustos a su padre, que muy seguido afirmaba que los de River eran “todos putos” e iba a verse profundamente decepcionado si se enteraba.
Decidió entonces ser hincha de River en secreto, para evitar problemas. Ante sus conocidos seguía diciendo ser hincha de Boca, y cuando miraba un partido con el padre gritaba los goles para no despertar sospechas.
Sin embargo, una vez liberado, su sentimiento por River se fue haciendo cada vez más grande. Ya no importaba cómo jugara el equipo, Aldo empezó a querer que River ganara siempre. Incluso, y especialmente, cuando jugaba contra Boca. A medida que asumía el cambio, le empezó a doler no poder hacer público que era hincha de River.
Luego de un tiempo, Aldo tomó el hábito de ir a la cancha a ver a River. En cada ocasión inventaba alguna excusa para justificar su ausencia. El padre no sospechaba que fuera a la cancha de River, no se le cruzaba por la cabeza esa posibilidad.
Hasta que, un día, el padre estaba buscando una camisa y quiso fijarse si la tenía Aldo en su cuarto. A veces se producían errores en el reparto de la ropa recién lavada. Abrió el placard, y encontró una camiseta y un gorro de River. El padre no lo podía creer y esperó que Aldo llegara de la escuela para preguntarle qué significaba eso. Aldo no se esperaba tal confrontación y, dentro del pánico que le agarró, balbuceó que le habían regalado eso como chiste. El padre confiscó la camiseta y el gorro, y los quemó.
Este episodio amplió el conflicto de Aldo. Decidió ir a hablar de la situación con el profesor de educación física de su escuela, que era alguien en quien podía confiar. El profesor habló durante largas horas con Aldo, escuchó sus inquietudes y le dejó clara la idea de que era necesario asumirse como hincha de River para dejar de sufrir. El padre, dijo el profesor, iba a tener que entenderlo aunque al principio le pudiera doler. Y si a sus amigos les molestaba el cambio, Aldo sabría qué clase de amigos eran y cuánto podía contar con ellos. En todo caso, con el tiempo podía rodearse de un círculo nuevo, donde todos aceptaran que fuera de River, e incluso los demás también lo fueran.
Algunos días después, Aldo fue ver a su padre y le contó la situación. El padre quedó estupefacto. Empezó a los gritos, diciendo que un hijo suyo no podía ser de River y que antes lo prefería muerto. Maldijo a Aldo en nombre de sus antepasados genoveses. Y le pidió que saliera de su vista. Aldo fue a su cuarto, cerró la puerta y lloró durante toda la noche.
A medida que pasaron los días, el padre de Aldo se fue calmando. Y se empezó a sentir mal por haber reaccionado así. Entonces fue a verlo, y tuvieron una conversación conciliadora en la cual resurgió el amor que había entre ambos. El padre aceptó que el cuadro del cual ser hincha era una decisión personal de su hijo y no era incumbencia de nadie más. Y ambos se comprometieron, en honor a su relación, a no cargarse cuando jugaran Boca y River.
Aldo y su padre se fundieron en un abrazo y festejaron la reconciliación. Y por muchos años mantuvieron una relación cordial, a pesar de que cada uno era hincha de un cuadro distinto. El amor entre ambos pudo vencer a las diferencias futbolísticas, y su relación se convirtió en un ejemplo para todos.