La cuarta dimensión

Bruno tenía un laboratorio en su departamento del décimo piso de un edificio de las afueras de la ciudad. Se dedicaba a experimentar y solía inventar toda clase de aparatos. Algunos tenían aplicaciones prácticas, otros eran construidos sólo por el gusto de poder hacerlo. Pero Bruno consideraba a todos como pasos intermedios hacia su gran objetivo: construir una máquina del tiempo.
Durante años investigó todo lo relacionado con el tiempo. Estuvo al tanto de todas las novedades de las revistas científicas que pudieran dar una pista sobre cómo lograr su objetivo. Hasta que un día, mientras esperaba turno para cortarse el pelo, tuvo una revelación. Llegó a su mente la clave para lograr el viaje en el tiempo. Así como se podía convertir materia en energía, debía ser posible convertir espacio en tiempo.
Por eso mudó su laboratorio a la terraza. Allí tenía más espacio para poder experimentar. No era sencillo lograr su visión. Cinco años después del episodio de la peluquería, luego de gastar una fortuna en prototipos fallidos, logró construir una máquina que funcionaba. La construyó sobre la base de una vieja heladera. Para comprobar que funcionaba, se metió en la máquina y la programó para que lo llevara a un minuto más tarde. Y lo consiguió: cuando la máquina terminó la operación, su reloj atrasaba un minuto respecto del que había dejado afuera.
Bruno se emocionó. El sueño de su vida se estaba cumpliendo. Podría viajar a cualquier época que se le ocurriera, futuro o pasado, y presenciar cualquier acontecimiento histórico que quisiera, futuro o pasado. No había acabado de pensar las posibilidades cuando decidió, como viaje inaugural de la máquina probada, retroceder cien años.
Estaba tan ansioso que no podía esperar. Quería ir en ese mismo momento. Se metió en la máquina y la programó. Instantáneamente fue trasladado hacia un siglo atrás.
Pero Bruno no pensó en cuatro dimensiones. No calculó que en esa época el edificio no existía, y al llegar al año deseado cayó con máquina y todo al arroyo que recorría esa zona, y que todavía no había sido entubado. La máquina le sirvió para amortiguar el golpe y le salvó la vida. Incluso quedó bastante sana luego del impacto, pero se oxidó al mojarse.
Bruno quedó atrapado un siglo antes de su época, y no le quedó más remedio que dedicar los siguientes años a intentar reparar la máquina. Para lograrlo, debió adelantar varias décadas la invención del proceso de cataforesis.