La historia de Jonás

Resulta que Dios andaba buscando un profeta, y decidió que Jonás era el indicado. Entonces fue y le dijo “che Jonás, vo’ va’ a ser mi profeta” (Dios tenía la costumbre de comerse las eses). Jonás le dijo que sí, sin pensarlo demasiado.
Pero después, Jonás se achuchó. Lo abrumó la responsabilidad, digamos. Ser profeta no era para cualquiera, y Jonás no confiaba demasiado en el criterio de Dios para elegirlo a él. Estaba halagado, sí, pero pensaba que se le había ido la mano.
Entonces Jonás se escapó. Pensó que si se rajaba de la ciudad Dios no lo iba a encontrar. Y se fue nomás. Se tomó un barco para irse bien lejos. No le dijo a Dios que se iba a ir, pero total Dios era omnisapiente, ya se iba a dar cuenta solo y se iba a poner a buscar algún otro profeta.
Pero en el camino se ve que el barco naufragó o algo, y después de una serie de casualidades a Jonás se lo terminó tragando una ballena.
Había mucho espacio en la ballena, pero estaba oscuro. Jonás no tenía luz, ni comida, ni una revista para leer, ni televisión, ni nada. Estaba solo adentro de la ballena. Entonces no le quedó otra que reflexionar sobre su vida. Se puso a pensar largo y tendido, total tenía tiempo, y se empezó a arrepentir de haberse escapado. Le pareció una pavada lo que había hecho, por qué iba a rechazar ser profeta, si tenía el respaldo de Dios y todo.
Así que se arrepintió nomás, y justo en ese momento la ballena lo escupió, o lo expulsó por el coso ese que tienen en la espalda las ballenas, o algo. La cosa es que Jonás zafó, encontró la costa y volvió a la ciudad.
Cuando llegó, fue a ver a Dios y le dijo “dale”. Entonces se cumplió la voluntad del señor, Jonás fue su profeta y todos contentos.