La Luna

Ella me pidió la Luna. Yo siempre quiero complacerla, entonces me puse en campaña para conseguírsela. No fue fácil. Recorrí todo tipo de lugares, consulté a mucha gente, y siempre me decían que era imposible. Yo aclaraba que si era caro no importaba, no tenía problemas económicos, pero era inútil. Algunos me decían que era más fácil convencerla a ella de que pidiera otra cosa, pero ése era su deseo y yo quiero complacer todos sus deseos.
Cuando se me agotaron todas las otras opciones, puse un aviso en el diario. Recibí muchas respuestas, la mayoría en broma pero hubo una muy seria de un señor con pelo blanco largo y desprolijo. Me dijo que, si le proveía suficientes fondos, podría desarrollar un aparato que me trajera la Luna. Acepté financiar su proyecto, y meses después me contactó, diciendo que ya lo tenía.
El aparato era una especie de ballesta que debía ser arrojado a la Luna cuando estaba llena. Había un pequeño dispositivo de precisión provisto para poder acertar el tiro. Sólo tenía que apuntar a la Luna, verla a través de ese dispositivo y la Luna vendría hacia mí o cualquiera que lo tuviera. Me advirtió que el satélite podría demorar varias horas o incluso algunos días en llegar.
Así que la invité a comer a casa en la siguiente noche de luna llena. Antes del postre le mostré el dispositivo y le dije que era para entregarle la Luna. Apunté a ella y esperamos. Esperamos algunas horas mientras disfrutábamos de la noche estrellada, de los grillos y del olor a rocío.
Al día siguiente la Luna se veía más grande, y estábamos seguros de que se acercaba, pero calculamos que iba a demorar algunos días más en llegar. Ella me dijo que yo nunca la decepcionaba y que estaba contenta conmigo.
Al día siguiente la Luna estaba más cerca pero la localidad en la que nos encontrábamos se inundó. La cercanía de la Luna había atraído la marea hacia nosotros, y debimos evacuar el lugar antes de que ella pudiera recibir su regalo.