La marcha de los pies

Caminaba por Plaza de Mayo cuando sentí que me pisaban. Miré a los costados para ver quién me había pisado pero no vi a nadie. Entonces miré hacia abajo y vi un par de pies que se alejaban de mí. Se trataba de un pie izquierdo y uno derecho.
Más atrás venía otro par de pies, y atrás de ellos se acercaba una enorme columna de pies. Los pies cubrían la Avenida de Mayo, cuyo tránsito había sido cortado y en ese momento era más peatonal que ninguna.
Cuando la columna de pies estuvo cerca de mí, los de más adelante empezaron a patearme. Me dio la sensación de que querían la plaza sólo para ellos. Evidentemente había un acto de pies para reclamar no sé bien qué cosa. No gritaban consignas al unísono, porque los pies no gritan. Tampoco tenían pancartas, porque los pies no escriben (tal vez reclamaban algo relacionado con eso).
Escuchando con atención pude notar que la marcha en sí misma no era al azar. Parecía tener ciertas regularidades. Había dos clases de sonidos que no se alternaban exactamente, sino que se repetían al unísono, como con cierta intención. De repente, supe qué era: código Morse. No supe bien qué expresaban, porque no conozco ese código. Pero para ese momento el ruido que hacían era enorme. Nunca había visto una cantidad tan grande de pies todos juntos. Era difícil ignorarlos.
Decidí alejarme, porque al no saber qué querían no tenía ganas de quedarme. Tal vez estaba expresando mi apoyo a algo que me perjudicaba. Tal vez estorbaba y corría el riesgo de que me sacaran a patadas más fuertes. Así que me alejé por Diagonal Sur, pero a medida que me alejaba me costaba más caminar.
Mis pies no se querían ir, querían quedarse en la marcha. Pero como yo me resistía, a su turno ambos aprovecharon para escaparse cuando estaban en el aire mientras yo intentaba dar un paso.
De ese modo me quedé sin pies. Se acercaron a la marcha a toda velocidad, y pronto no los pude distinguir. Me subí a un colectivo y me alejé como pude, sin saber si iba a volver a verlos.
Cuando llegué a casa tenía un mensaje en el contestador. Al parecer, se habían producido incidentes y mis pies habían sido detenidos. Estaban en la comisaría. Me acerqué hasta ahí y me encontré con que para recuperar a mis pies tenía que pagar una multa (en realidad la multa era para ellos, pero hasta que no fuera cancelada no los iban a liberar). Como extrañaba a mis pies, pagué. Luego el policía que me atendió me guió hasta un baúl y me dijo que sacara los míos.
Me fue difícil reconocerlos. Decidí probarlos uno por uno, hasta que encontré un pie derecho que no sólo tenía el tamaño de mi tobillo, sino que continuaba las líneas de mi pierna. Me costó menos encontrar el izquierdo, y pude salir de la comisaría aunque en esos primeros minutos caminar se sentía algo extraño.
Al día siguiente, por las dudas de que volviera a ocurrir lo mismo, me hice un pequeño tatuaje en cada talón.