La muerte impedida

Sócrates se murió. Y aceptó su muerte. Pero quedan sus ideas, que llegaron hasta nuestros días. Hoy siguen hablando. Se puede discutir su pensamiento. Pero no se puede hablar con Sócrates.
Es una lástima que la vacuna contra la muerte no le haya llegado a tiempo. Es cierto, tal vez es gracias a él que algunos milenios más tarde la tenemos. Pero no parece justo que tantos ilustres como Sócrates no estén con nosotros, y hoy cualquier imbécil consiga la inmortalidad.
Es cierto, estamos acostumbrados a que no nos morimos. Fue un enorme anhelo de nuestros antepasados, que no lo llegaron a conseguir. Sólo lo tenemos nosotros. Por algo se empieza. No me molesta que algunos individuos con mérito consigan ser inmortales. Pero sospecho que hay que merecerlo.
Por eso me opongo a que la vacuna contra la muerte sea obligatoria. Me parece un desperdicio no de vacunas, sino de espacio. Hay gente que apenas hace algo con lo que dura una vida estándar, no vale la pena quedarse más tiempo que el que uno puede aprovechar.
Está bien. Me parece razonable que la vacuna sea libre, que para acceder a ella no haya que pasar determinadas pruebas de aptitud, porque no hay prueba objetiva posible. Pero déjenle a la gente la posibilidad de limitar su estadía. Estoy seguro de que hay unos cuantos que elegirían tener el curso normal de una vida. Después nos quedaremos nosotros, y sí, tal vez los extrañaremos, pero es preferible eso antes que forzarlos a estar vivos si no quieren.
Entonces, prefiero confiar. La gente sabe qué hacer con su vida. Y muchos saben también cuándo terminarla.