La naranja se pasea

Estaba por exprimir una naranja. Estaba en la mesada, mientras yo buscaba un cuchillo para partirla en dos. Pero antes de que pudiera hacer el corte, la naranja saltó de la mesada y se escapó.
Salí tras ella. Me costó mucho encontrarla. Estaba atascada entre el sillón de la sala de estar y la pared. Justo en el momento que moví lo moví, la naranja astutamente siguió rodando.
Fue hacia el comedor. La seguí con las manos hacia abajo, y el cuchillo en una de ellas. No podía alcanzarla. Cuando estuve cerca, decidí tirarle el cuchillo para debilitarla. Pero no dio resultado. El cuchillo sólo cepilló una pequeña lonja de la cáscara.
La naranja se seguía paseando. Fue del comedor al baño, del baño al dormitorio, del dormitorio otra vez a la cocina. Yo trataba de adivinar el rumbo, pero terminaba siempre persiguiéndola.
En la cocina pude armarme mejor. Abrí el cajón de los cubiertos y lo examiné durante un instante, sin perder de vista la naranja. Agarré un tenedor y me quedé al acecho, esperando que la naranja volviera a pasar.
Así lo hizo momentos después. Apenas la vi venir, me agazapé. Cuando atravesó la puerta, salí de mi escondite y le tiré certeramente el tenedor. Los dientes se clavaron en la cáscara, deteniendo la trayectoria.
Entonces la agarré, la partí en dos y extraje su jugo. Luego lo bebí, con la placentera sorpresa de enterarme de que el jugo de naranja es más rico agitado.