Las palomas no me quieren

Cada vez que me acerco a una paloma, sale volando. Apenas me ven, por más amistosos que sean mis gestos, se horrorizan y escapan a toda velocidad. No entienden que no les quiero hacer nada. Asumen, prejuiciosas, que mis intenciones son hostiles.
Esa opinión sobre mí es unánime entre todas las palomas con las que he intentado entablar algún tipo de vínculo. Ni siquiera expresan el rechazo. Sólo se van, indiferentes, pero me doy cuenta de que se van por mi presencia. Tal vez para ellas huela mal.
A veces trato de ir de otra manera, llevándoles algo de comer. Es un fracaso igual. En general no hacen caso, están muy ocupadas escapándose como para darse cuenta de que pueden obtener un delicioso grano de maíz. En algunas plazas, sin embargo, he logrado que vinieran a comerlo. Pero una vez que lo consiguen, se vuelven a ir. Es evidente que lo que les importa es la comida, no yo.
Me hacen sentir insignificante. Si no soy nada para una paloma, ¿por qué voy a ser algo para una persona? Me gustaría conseguir que se quedaran cerca, me conocieran, tomáramos confianza. Alcanzar a ponerles nombres. Verlas volar no por miedo, sino por libertad.
Pero me lo niegan. Palomas de mierda.