Mi planeta es la Tierra

Divisé a lo lejos un bar. Tal vez allí me podían informar en qué galaxia me encontraba. Estacioné mi cápsula y me metí.
Me costó encontrar alguien que hablara alguno de los idiomas en los que puedo comunicarme. Eso me dio la pauta de que estaba lejos. Hasta que un extraño ser reconoció una de las lenguas que había intentado usar. Se me acercó y me habló en español. Me dijo que estábamos en la Vía Láctea. Le pregunté de dónde era, y me dijo “de la Tierra”.
Tal afirmación me sorprendió. No conocía ninguna especie terrestre de esas características. El ser en cuestión era humanoide, sí, pero no humano. Tenía una cantidad de arrugas irregulares en la frente, debajo de las cuales había dos fosas nasales que se introducían hacia abajo en lo que podríamos llamar cabeza. No se le notaba ningún ojo, aunque estaba claro que de alguna manera me había visto.
Pensé que tal vez él provenía de alguna especie muy antigua que había logrado salir al espacio y luego había evolucionado hasta lo que era él (o tal vez ella). Pero me extrañaba enterarme de que la galaxia donde no podía ubicarme era la Vía Láctea. Yo provenía de allí, y creía conocerla bien. A menos que hubieran implementado un plan de reformas estructurales desde mi partida, ésa no era la galaxia que yo solía llamar mi hogar.
Entonces le pedí al amable ser si me podía indicar cómo llegar a la Tierra. “Cómo no”, me dijo con la amabilidad que lo caracterizaba, y me dibujó sobre una servilleta un plano tridimensional de los alrededores. En el esquema, la Tierra aparecía como el séptimo planeta desde el Sol, y otra vez me extrañe. ¿Se habían agregado cuatro sin que yo me enterara? Empecé a sospechar algo extraño, entonces le pregunté de qué parte de la Tierra era él (en realidad cuando se lo dije usé el pronombre “usted”, así que no tuve que lidiar con su sexo en ese momento). Cuando respondió “de Tierra capital” pude darme cuenta de que no proveníamos del mismo planeta.
Le describí entonces el mío. Yo buscaba el planeta “Tierra” que era el tercero en orden saliente de su sistema solar, que tenía un satélite natural bastante grande en proporción y que estaba cubierto casi en su totalidad por agua (el mismo elemento, por cierto, que me componía a mí casi en mi totalidad).
El extraterrestre nacido en la Tierra no supo ubicarlo pero, con toda amabilidad, accedió a hacer de intérprete con los otros parroquianos del bar.
Al recorrer las mesas, ambos nos sorprendimos de que todos respondieran a la pregunta “¿sabe dónde queda la Tierra?” con “por supuesto, de allí vengo”. Sin embargo, ninguno de estos seres era de la misma especie que yo ni tampoco de mi amigo. Había algunos de visibilidad parcial, otros con forma de nube negra de la que nunca se condensaría una lluvia, otros con párpados en las orejas (donde estaban también sus ojos), otros con dedos en lugar de dientes y otros cuya existencia era discutible, pero allí estaban.
Todos ellos decían ser de la Tierra, pero nadie parecía venir del mismo planeta que ninguno de los otros. Entonces les pedimos que hicieran un esquema como el que había hecho inicialmente mi amigo, así nos podíamos dar cuenta de qué estaba pasando. Cuando los hicieron, nos dimos cuenta de dos cosas:
1) Todos venían de planetas distintos, pero todos llamaban “Tierra” a su planeta.
2) Todos venían de galaxias distintas, pero todos llamaban “Vía Láctea” a su galaxia.
Buscamos en vano algún esquema que se correspondiera con el de la Tierra a la que yo quería volver, pero sabía que era inútil. Ninguno de esos seres tenía pinta de conocer la lejana Tierra mía.
Me estaba por ir de allí para seguir mi periplo, cuando vi que salió del baño una figura familiar. Luego de observarlo durante unos segundos me dí cuenta de que se trataba de un velociraptor. Mi amigo pudo comunicarme con él. Él no sabía que era un velociraptor, según él su especie era llamada “homo sapiens” por los científicos de su planeta. Con el correr de la charla quedó claro que hacía tiempo que no lo visitaba. Nos contó que había oído algunos rumores de cambios importantes, de que había caído un meteorito o algo, y poco después sus contactos en la Tierra dejaron de escribirle, él por trabajo nunca pudo volver y para cuando se quiso acordar habían pasado sesenta millones de años y ya no tenía sentido volver.
Como le caí simpático, me regaló el mapa que había usado para llegar desde la Tierra hasta allí, aunque me advirtió que podía estar algo desactualizado. Yo se lo agradecí, y también agradecí la ayuda del ser de arrugas extrañas. Luego salí del bar y emprendí mi viaje de regreso.