Otra cabeza

Creía que me estaba saliendo un grano en la cara. Intenté reventarlo sin éxito, entonces asumí que debía esperar a que creciera más para que consiguiera la masa crítica. Pero a pesar de que iba aumentando de tamaño en forma considerable, nunca podía terminar con él.
En un momento pensé que le habían salido granos al grano. Intenté reventar los adicionales, pero no pude, porque eran ojos. Entonces dejé de ponerme crema, porque veía que no daba resultado.
Sin la crema, el crecimiento se aceleró, hasta que me di cuenta de que no era un grano sino que me estaba saliendo una segunda cabeza. Ya se podía divisar una cara con rasgos similares a los míos. A los nueve meses ya tenía el mismo tamaño que la original, y se las diferenciaba sólo porque la nueva brotaba no del cuello, sino de la de siempre.
Tuve que empezar a vestirme con camisa, porque las remeras no me entraban. Por lo demás la cabeza extra no molestaba demasiado. Siempre estaba de acuerdo conmigo, y cuando me cansaba podía dejarla que me representara mientras yo dormía.
El principal obstáculo fue la recepción social. Alguna gente empezó a considerarme un freak por el solo hecho de tener dos cabezas. Noté que ciertas personas me evitaban. La cabeza nueva, como tenía un ángulo de visión distinto, me contó que a mis espaldas la gente me señalaba.
Dado que no me traía grandes beneficios, me pareció que estaba en una situación de redundancia. No me venía mal tener dos cabezas, pero no hacía falta que las usara al mismo tiempo.
Consulté al médico para ver qué podía hacer. Me recomendó un especialista en separar siameses, que me ofreció extirparme la segunda cabeza. Pero la quería tirar, y yo no estaba dispuesto. Le planteé que quería aprovechar para usar la cabeza como repuesto, por si me pasaba algo. El médico estuvo de acuerdo y, luego de la operación, me entregó la cabeza en un frasco.
Desde ese día la llevo siempre en mi mochila. De este modo, en caso de que yo sufriera algún trauma, o por alguna razón fuera decapitado, tendría una forma de recuperarme.
El único problema que tengo es que, a veces, los policías o guardias descubren que tengo una cabeza en la mochila y se ponen sospechosos. Pero, por suerte, suelen levantar sus objeciones cuando ven que la cabeza que llevo es la mía.