Pasaje Güemes

Estoy en la calle San Martín. En el medio, los autos transitan junto a las numerosas motos. A los costados, se erigen unas veredas angostas por donde hay mucha más gente que la que fueron diseñadas para albergar. Por eso, muchos bajan a la calle y circulan entre los autos.
En la vereda de la izquierda, encuentro la entrada a la galería Güemes. Es un espacio mucho más amplio. Decido entrar. De repente, da la sensación de estar en otra ciudad. O en otro tiempo, no sé. Las paredes de mármol remiten a paisajes ajenos, pero extrañamente familiares. Es como si una parte de mi historia se pudiera encontrar en esa galería, en algún rincón entre los locales que ofrecen toda clase de productos.
Mientras recorro la galería, y esquivo las islas donde podría cambiar la malla de mi reloj si así lo quisiera, me voy dejando llevar por el entorno. Miro hacia arriba y veo el enorme espacio en el que se construyó la galería. Me lleva a épocas de aspiraciones de grandeza, a épocas donde esa grandeza era verdadera.
De repente, aparece la luz. Ahí me doy cuenta de que antes estaba oscuro. Vuelvo a salir al sol, y me encuentro con que estoy en otro lugar. Es una calle, sí, pero una calle como ninguna otra. No se ven autos. Sólo gente, que camina en todas las direcciones posibles y también en algunas que nunca creí posibles. Hay gente que no camina, sino que está sentada sobre una manta. La hilera de mantas divide en dos la calle, y sólo es interrumpida por florerías y puestos de toda índole.
Cruzar la galería me trasladó a la calle Florida. Decidí que el Destino era el que me había llevado hasta ahí, y no era quien para cuestionar sus designios. Así que doble a la derecha y seguí caminando.
Algunas cuadras más al norte, mientras esquivaba a diferentes personas, divisé otra galería con un estilo parecido. Tenía un nombre en plural por alguna razón: Galerías Pacífico. Decidí meterme, a ver adónde me llevaba. Pero no fue tan fácil. El manojo de pasillos, escaleras y recovecos me hizo perder. Y también, por alguna razón, me despertó un profundo deseo de jugar al Ludo.