Paz a la banana

Me gusta la banana. Disfruto saborearla de una punta a la otra. Y hay gente a la que eso le parece gracioso. Son malpensados. O en realidad no. Han sido impregnados por una cultura con idea fija, que no permite disfrutar de la palabra o del concepto banana sin asociaciones innecesarias.
Se entiende el concepto. Es un traslado bastante lineal, que cansa. Sí, la forma de la banana es sugestiva. Fenómeno. También la forma de los pepinos, los lápices, los tornillos, los fusibles, los obeliscos, los cohetes, los enchufes, las velas, los dispositivos USB, los mástiles, los caños, los micrófonos, las salchichas, los ruleros, las tarariras, los trofeos, los trenes que entran en túneles, los ejércitos, las llaves, las antenas, los aviones, los autos, las armas de fuego, las pelotas de fútbol, los parantes, los aparatos políticos, los bastones.
Todo elemento cilíndrico o que pueda ser insertado dentro de otra cosa resulta fálico. Es un fenómeno social o cultural que no se puede evitar. Pero no tendría por qué ser tan automático, al punto que no se puede comer una banana sin que la gente ponga caras o se ría. Lo único que quiero es tomar una banana en mis manos, pelarla y disfrutar de su sabor, bocado por bocado, sin que eso necesariamente implique el deseo de felar a un señor caucásico.
Pero no puedo, porque la gente comenta cosas que no son. Los que tienen la idea fija son los demás, no yo. Revela una gran falta de imaginación por parte de la sociedad, porque atribuyen a los objetos significados prefabricados, y lo consideran una ocurrencia. En cambio, a nadie se le ocurre no atribuir nada, y dejarnos en paz a los que lo único que queremos hacer es comer inocentes bananas.
Menos mal que no toco la flauta.
(publicado previamente en Revista Blog)