Poderes misteriosos

Era una noche tormentosa, pero no estaba lloviendo. Elvio volvía de la guardia médica, donde le habían sacado unas radiografías debido a un extraño dolor de cabeza que sentía, y que era distinto al dolor que sufría habitualmente. De repente, muy cerca de él, cayó un rayo. Elvio pudo sentir la energía descargándose en el suelo, y fue arrojado unos metros en la dirección opuesta. Cayó en una boca de lluvia abierta, en el fondo de la cual había un extraño líquido viscoso verde, que accidentalmente resultó ingerido por Elvio. Al caer sintió un pinchazo, proveniente de una jeringa que, evidentemente, alguien había arrojado a la boca de lluvia. También fue picado por una enorme araña que se encontraba allí. Alguno de esos incidentes lo hizo desmayarse.
Se despertó un rato después. Seguía en la boca de lluvia, pero ya no le dolía la cabeza. Trepó hacia la vereda y consiguió volver a la superficie con una facilidad inesperada. Vio la devastación que había sido causada por el rayo, y vio la gente que se había juntado, a pesar de la lluvia que había empezado a caer mientras estaba sin conocimiento. Nadie hizo ningún movimiento cuando él salió de la boca de lluvia, era como si fuera invisible.
Elvio fue hacia su casa a dormir. Cuando entró quiso prender la luz, y al apoyar el dedo en el interruptor se produjo una chispa y se cortó el suministro eléctrico. Elvio no sabía si era por la tormenta, o tal vez el rayo que había caído cerca lo había dejado eléctricamente cargado. Decidió investigar al día siguiente y se fue a dormir, aprovechando la oscuridad.
Al despertarse, notó que la luz no había vuelto. Expresó su frustración juntando sus palmas de modo de que hicieran un ruido corto y seco. En ese mismo instante se encendió la luz. Elvio pudo encender varias luces y pensó que, si el rayo le había dado a propiedades eléctricas, ese efecto ya debía haber pasado.
Elvio se vistió y fue a trabajar. En el trayecto vio cómo todos los semáforos se ponían verdes cuando él se acercaba. Al principio adjudicó ese hecho a la onda verde, pero cuando dobló varias veces, y el efecto seguía, le pareció extraño. Probó doblar en una avenida a propósito, a ver si el siguiente semáforo, que por onda verde debía estar rojo, se volvía verde. Y así lo hizo. Algo raro estaba pasando.
Cuando llegó, vio que se había olvidado la tarjeta para marcar su entrada y se agarró la cabeza. Al hacerlo, todas las personas que lo rodeaban detuvieron sus movimientos, y lo mismo hicieron los relojes. Era como si se hubiera detenido el tiempo para todo el Universo, menos para Elvio.
Elvio empezó a caminar por la entrada de su trabajo comprobando el efecto. Luego (palabra que, por cierto, es una manera de decir; el tiempo estaba detenido) salió a la calle y vio cómo la detención del tiempo se cumplía también ahí. Temió ser el causante de esa coyuntura, y más temió no saber cómo revertirla. Resolvió preocuparse después, y mientras tanto aprovechó para ir a buscar su tarjeta.
En el trayecto de vuelta a su casa los semáforos no se le ponían verdes, y de hecho ninguno cambiaba de estado. Elvio tuvo que pasar varios en rojo, lo cual no era grave, siendo que el único que se movía era él.
Al volver con la tarjeta, la colocó en la máquina correspondiente, sin ningún efecto. Se acordó de que se había agarrado la cabeza al detener el tiempo, y se la volvió a agarrar sin ningún efecto. Hizo toda clase de gestos con su cuerpo, sin resultados. Intentó adelantar su reloj y lo logró, pero eso no hizo que el tiempo se reanudara. Esto es porque la relación entre el reloj y el tiempo no es causal, y, si lo fuera, el reloj no sería más que un indicador, y cambiándolo no se cambiaría el tiempo; de la misma manera, no se puede cambiar la velocidad de un auto modificando el velocímetro.
Elvio tenía que ir al baño, y aprovechó que nadie se lo impedía para ir al más lujoso del edificio. Cerró la puerta, y cuando abrió su bragueta sintió ruidos. La paz que había se transformó en la paz que había habido. Bajar la bragueta había hecho que el tiempo volviera a la normalidad. Elvio completó su misión sanitaria y se escabulló del baño. Luego (ahora sí puede tomarse literalmente) fue corriendo a la puerta a marcar la tarjeta, lo cual pudo hacer con un par de minutos de atraso.
Al llegar a su puesto, saludó a su jefe con un apretón de manos. Cuando el apretón terminó, la mano del jefe sufrió una metamorfosis y se convirtió en la mano de un australopithecus afarensis. Elvio se percató de esto pero su jefe no, por lo que Elvio se fue de su cercanía con sigilosa rapidez. Para disimular más, resolvió silbar, pero al llegar a un Fa sostenido en su silbido oyó un ruido muy fuerte. Se había caído un puente que estaba a pocas decenas de metros del edificio y se podía ver desde la ventana. Elvio detuvo el silbido, y, en medio de los gritos, se preguntó si su silbido había tenido algo que ver con la caída de ese puente. También se preguntó qué demonios estaba pasando.
Elvio se acercó a la ventana a ver el puente caído, y al verlo deseó que eso no hubiera ocurrido. La ventana daba al este, y el sol le estaba pegando en la cara. Las glándulas sudoríparas de Elvio hicieron su trabajo, una porción del resultado del cual fue a dar a su frente. Elvio se pasó la mano por la frente, y cuando lo hizo se le cumplió el deseo. El puente caído pasó a ser un puente que nunca se había caído. Pero había algo más: la mano que se había pasado por la frente sufrió una metamorfosis similar a la de la mano de su jefe, y pasó a ser la mano de un australopithecus africanus.
En la oficina, todos se aliviaron por la rápida solución al problema del puente y volvieron a su trabajo. Rápidamente fueron sorprendidos por un grito del jefe, que había descubierto lo que había pasado con su mano. Elvio lo fue a ver y le mostró la suya. Le explicó lo sucedido, y le sugirió volver a estrechar las manos para ver si la transformación se revertía. Así lo hicieron, no sin dificultad dado que no dominaban muy bien sus manos de homínido. La mano de Elvio no tuvo cambios, pero la del jefe sí: se transformó en un garfio. El jefe entró en cólera, y amenazó con lastimar a Elvio con el garfio si no le devolvía, al menos, la mano primitiva. Elvio pensó en explicar que no sabía cómo hacerlo ni entendía bien lo que pasaba, pero optó por salir corriendo.
Salió del edificio y corrió hacia el oeste. Notó que estaba corriendo muy rápido, con velocidad sobrehumana. Luego dobló hacia el norte y sintió una disminución en su velocidad, que pasó a ser apenas superior a la de Carl Lewis.
Estaba claro para Elvio que le había pasado algo y había adquirido poderes, pero no estaba seguro de dos cosas: cómo usar los poderes y cuáles eran exactamente. Parecían ser azarosos, pero Elvio pensó que debía haber alguna lógica. Fue a ver al médico que lo había atendido el día anterior en la guardia, y le preguntó si se conocía algún efecto secundario de los rayos X que le habían administrado. El médico le dijo que únicamente en caso de embarazo, y como Elvio era hombre eso era poco probable. Elvio le explicó lo sucedido hasta entonces, y el médico no supo decirle qué le estaba pasando, pero le llamó la atención la mano. Le dio la tarjeta de un amigo que estudiaba antropología, y le pidió que lo fuera a ver.
Elvio guardó la tarjeta en su bolsillo, y al hacerlo se le acercó un diplodocus. A lo lejos había una manada de stegosaurios. Elvio se había trasladado, sin saber cómo, al período jurásico. Lo tomó como una oportunidad de conocer el mundo prehistórico, y decidió recorrerlo. Pero al caminar vio que su contexto cambiaba. Al dar el primer paso se encontró en el período cretácico, al dar el segundo en el paleógeno, y al dar el tercero en el neógeno. Fue para atrás y ocurría el fenómeno inverso. Con pocos pasos estaba en el período pérmico. Estuvo un rato recorriendo períodos geológicos hasta que olió una flor primitiva y estornudó.
El estornudo lo devolvió a la oficina del jefe, donde recibió un certero ataque de su superior utilizando el garfio. Pero ambos se sorprendieron al ver que Elvio no tenía heridas externas (sí tenía internas, que no se descubrieron hasta años después). La sorpresa le permitió a Elvio escapar otra vez de esa oficina.
En ese momento, a Elvio se le ocurrió que podía estar soñando, y se pellizcó para comprobarlo. Al hacerlo, las ganancias de la empresa donde trabajaba se quintuplicaron, pero él no lo supo porque no tenía acceso a los balances. Tampoco supieron los accionistas la causa de esta feliz circunstancia, y Elvio nunca se vio premiado por generarla.
Esa noche Elvio se fue a dormir, y notó que no podía. También notó que no tenía sueño, y que la punta del dedo derecho de su mano de australopithecus se iluminaba. Al rato se apagó, y Elvio se pudo dormir. Nunca más volvió a iluminársele el dedo.
Elvio consultó a mucha gente acerca de sus poderes. Consultó a psicólogos, neurólogos, casas de cómics, periodistas, escritores de ciencia ficción e investigadores de la UBA. También consultó a la fuente de la sabiduría, que se había instalado en la esquina de su casa un día que Elvio se había sacado una pelusa del ombligo. Pero la fuente de la sabiduría estaba de paro, y no otorgaba conocimientos. Fue también a ver al antropólogo cuya tarjeta lo había hecho retroceder en el tiempo. Este hombre se mostraba esquivo, y daba toda la impresión de saber algo. Cuando Elvio le contó el creciente corpus de anécdotas se sorprendió menos que los demás, y la cara le decía a Elvio que algo sabía. Y, efectivamente, el antropólogo sabía algo: lo que le había contado su amigo radiólogo.
El antropólogo, para sacárselo de encima y ante la insistencia de Elvio, le recomendó mantenerse varias horas por día sumergido en agua salada. Elvio se mudó entonces a una ciudad costera, de la que tuvo que irse muy rápidamente debido a que, cuando se sumergió en el agua, esa sustancia se convirtió en lava, para desagrado de los bañistas que se encontraban disfrutando del refrescante líquido.
Elvio no se desanimó, y siguió intentando sumergirse, dado el carácter azarosos de los poderes que había adquirido. Efectivamente, no volvió a convertir agua en lava, y luego de siete días de sumergido notó que no ocurrían más sucesos extraños a su alrededor.
El agua salada, efectivamente, tenía un efecto sobre sus poderes. Elvio nunca supo, pero no los anulaba sino que los alejaba, y mientras más tiempo se mantuviera sumergido más lo hacía. Fue así que Elvio se creyó liberado de su extraña condición y volvió a su vida normal, sin saber que cada uno de sus gestos producía, en lejanos países, fusiones de grandes empresas, caída de gobiernos, desastres ecológicos y toda clase de percances cuya causa nunca se pudo establecer fehacientemente.