Qué decir

—Quiero decirte algo.
—Yo también quiero decirte algo.
—¿Qué querés decirme?
—No, decime vos. Vos querés decirme algo.
—Es más fácil que me lo digas vos, así nos lo sacamos de encima y yo puedo proceder a decirte lo que te quiero decir.
—Pero si te digo lo que te quiero decir, voy a dejar de querer decirte algo. Entonces voy a haber hablado de más.
—Y si no me lo decís vas a haber hablado de menos.
—Bueno, ante la duda, elijo la brevedad.
—¿Eso es lo que me querías decir?
—No, es otra cosa.
—¿Y por qué me decís eso en lugar de lo que realmente tenés ganas de decirme?
—¿Y vos? ¿Lo que querés decirme es que yo te digo una cosa distinta de lo que yo tengo ganas de decirte? Porque si no te estás contradiciendo.
—Era otra cosa, lo que pasa es que estoy haciendo tiempo hasta que digas lo que querés decirme. Pero ya estoy empezando a dudar de que realmente quieras decir algo.
—Estoy ansioso por decírtelo. Pero no sé si estoy listo.
—¿Por?
—No sé si estoy preparado para decirlo. O si vos estás preparado para escucharlo.
—No lo vamos a saber hasta que lo digas. Dale, sacalo, te va a hacer bien.
—¿Cómo sabés que me va a hacer bien? ¿Sabés lo que te quiero decir?
—No sé, si no me lo estás diciendo.
—Entonces no saques conclusiones antes de que te lo diga. Carajo, no se puede confiar en nadie.
—Pero es que no hablás, no puedo saber qué es lo que querés decirme si no lo decís de una vez.
—Lo mismo podría decir de vos.
—Bueno, está bien, ¿querés que te diga lo que tengo para decirte?
—Si te animás, dale.
—Claro que me animo. El asunto es si vos estás dispuesto a enfrentarlo.
—¿Enfrentar qué cosa?
—Lo que tengo que decirte.
—¿Y cómo sé si lo puedo enfrentar? Si no me lo dijiste.
—Vos tampoco me dijiste nada.
—Ah, pero yo no soy el que hace todo el preámbulo. Si fuera por mí ya me habrías dicho lo que querías decirme, lo habría escuchado y estaría rumiándolo en este momento.
—¿Rumiándolo? ¿Qué sos, una vaca?
—Muuuuuu.