Repelente de insectos

Un mosquito revoloteaba por las cercanías de un grupo de personas en busca de comida. Como precaución, las personas se habían puesto repelente de insectos. El mosquito cada vez que divisaba a una persona se ilusionaba, y al acercarse se daba cuenta de que no debía estar allí.
Pero el mosquito era perseverante. Sabía que tarde o temprano alguien se iba a sumergir en la pileta. Y sabía que eran pocos los que volvían a ponerse repelente al salir del agua. Por eso se quedó en la cercanía, esperando el momento propicio.
Las personas, de cualquier manera, estaban preparadas. Tenían frascos de insecticida en aerosol por cualquier eventualidad. No dudarían en rociar a cualquier mosquito que se acercara demasiado.
El mosquito, entonces, cuando vio una oportunidad se acercó a una persona que había salido del agua y estaba tirada al sol. Sigilosamente fue hacia el sector más apetecible de su piel con la intención de picarlo para obtener un suculento almuerzo. Pero ocurrió algo imprevisto. Cuando el mosquito estaba a pocos centímetros la persona se despertó y se dio vuelta. El mosquito se vio obligado a desviar su curso. En el nuevo trayecto fue descubierto por una segunda persona, quien estaba dispuesta a rociarlo con insecticida y acabar con su vida. La persona apuntó el aerosol hacia el mosquito, que intentó escapar sin éxito. Pero se equivocó de aerosol y en lugar de rociarlo con insecticida lo roció con repelente de insectos.
El mosquito al principio siguió el impulso de escapar, pero con el correr de los segundos fue sintiendo un rechazo cada vez más grande por sí mismo. Quiso escapar de su compañía y vio que no era posible. El mosquito dio vueltas sobre su cuerpo porque fue todo lo que se le ocurrió hacer. No podía sumergirse en el agua para sacarse el repelente porque no podría salir.
El mosquito debió aprender a convivir con sí mismo. Tuvo que hacer una profunda introspección para conocerse por dentro y poder sobrellevar el espantoso olor que emanaba. Trabajó sobre su autoestima en forma tan eficaz que olvidó el olor. Aprendió a quererse, y lo logró como nunca antes. Estaba muy contento con su manera de ser, con el lugar donde le tocaba vivir, con el hecho de seguir vivo y sano a pesar de todos los obstáculos que tiene la vida de un mosquito. Se convenció de que tenía que vivir la vida.
Por eso se recuperó muy rápido, su autoestima fue tan grande que logró adaptarse al olor. De esta manera, pudo volver con gran confianza a picar personas. Y esta vez las personas preferidas fueron las que emanaban el mismo olor que él, las cuales, al haberse puesto repelente, solían ser las menos precavidas.