Sacar al elefante

Estábamos hablando de cualquier cosa, del clima, de fútbol, del tránsito. Todos preferíamos mantener la charla así, sin arriesgarnos. Nadie mencionaba al enorme elefante que había entre nosotros. Nadie siquiera lo miraba.
Hasta que entró Sergio y sacó el tema. “¿Qué hace ese elefante ahí?”, preguntó. Nosotros nos miramos nerviosos. “No sé, estaba ahí cuando llegué”, contestó Julio. “Hay que sacarlo antes de que llene de bosta todo el living”.
No teníamos ganas de estar de acuerdo, pero lo estuvimos. Entonces, con Sergio como líder, tratamos de hacerlo caminar hacia la puerta.
El elefante no daba pelota. Estaba parado, jugueteando con la trompa, mirándonos con cara de elefante. Nosotros lo palmeábamos para que avanzara, tratando de mantenernos alejados así evitábamos una posible patada. El elefante ignoraba nuestra exhortación.
Decidimos ponernos los cuatro atrás de él y empujarlo como a un auto. La idea era tratar de hacerle ver todo el lugar que tenía adelante. Para eso Sergio se colocó en frente de él y le hizo gestos como los que hacen en los aeropuertos para guiar a los aviones. Pero el elefante no los entendió, o se hizo el que no los entendía. La cuestión es que se quedó donde estaba.
Era evidente que no teníamos fuerza para sacarlo. Era muy pesado, tenía mucha masa elefántica. Debíamos probar alguna otra técnica. Decidimos asustarlo. Buscamos entonces un ratón, para ponerlo cerca de él y hacer que saliera espantado. Pero cuando lo conseguimos, el elefante lo ignoró. Tal vez no sabía que debía tenerle miedo.
Resolvimos sobornarlo. Adrián fue al almacén y compró una bolsa enorme de maní. Depositamos los maníes delante del elefante, y en fila hacia la puerta. Del otro lado, dejamos la bolsa abierta. Pero el resultado no fue el que esperábamos. En lugar de salir el elefante, entraron las palomas y se comieron todo el maní. Encima nos dejaron todo el living lleno de bosta de paloma.
El elefante no se inquietaba. Parecía bastante cómodo. De no haber sido porque no podía, se hubiera sentado. Nos dimos cuenta de que había elegido nuestro living como su hogar o algo. Entonces nos resignamos a hacer la reunión en otra parte. Así que apagamos la luz y nos fuimos.
En el momento en que cerrábamos la puerta, sentimos un barrito muy fuerte, acompañado de largos jadeos. Nos alarmamos y abrimos la puerta para ver qué pasaba. El elefante estaba inquieto, y no dejó de estarlo hasta que prendimos la luz.
Entonces vimos la salida. Lo que necesitábamos era que el elefante hiciera exactamente eso. Para lograrlo, dejamos la puerta abierta y apagamos la luz. El elefante, al verse a oscuras (o al no verse a oscuras) se inquietó y corrió hacia la luz. Corrió con tanta fuerza que destruyó la puerta con su ancho y salió disparado por la vereda.
Mientras mirábamos alternativamente el elefante y el bodoque que dejó, nos preguntamos por dónde habría entrado.