Sin descongelar

La heladera quedó sin descongelar, entonces se formó hielo. Cubrió el congelador hasta que quedó completo, entonces se expandió hacia el resto del habitáculo.
El paso del tiempo se notaba en cada centímetro que pasaba a ser cubierto de hielo. Cuando fue suficiente, la heladera quedó maciza. El hielo se seguía acumulando. Hizo presión hasta que abrió la puerta. La luz se encendió y derritió un poco, pero pronto la helada expansión acabó con el foco.
Con la puerta abierta, el hielo pudo continuar la expansión. Lentamente, cubrió la cocina. Luego el resto de la casa se convirtió en un glaciar. La presión del hielo rompió las ventanas, y el agua congelada ganó la calle.
Como era invierno, no se derritió fácilmente. La heladera continuaba la producción de hielo nuevo. El asfalto de la calle se convirtió en resbaladizo. Más tarde la calle quedó bloqueada por la enorme masa helada. Toda la cuadra se solidificó. Ya se podía ver desde los satélites.
El hielo se expandió por el barrio. Los árboles que adornaban las veredas quedaron preservados en el estado en el que se encontraban, como si hubieran estado en Pompeya. El hielo llegaba a las esquinas y las ocupaba. Luego se expandía en más direcciones.
Los semáforos quedaban en la posición que tenían cuando les llegaba el hielo. El agua podrida del cordón de la vereda, al moverse por las cuadras que todavía no estaban completamente cubiertas, erosionaba un poco a la masa, antes de congelarse y pasar a formar parte de la base. Las lluvias no hacían más que agregar agua susceptible de ser congelada y acelerar el proceso.
La expansión continuó hasta que el hielo copó la cámara eléctrica que abastecía a la zona. Al cubrirse de hielo, la subestación dejó de andar. El barrio se quedó sin luz, y la heladera dejó de funcionar. Entonces el hielo detuvo su avance, hasta que se retiró de la cámara, volvió la luz y la heladera volvió a arrancar, reiniciando así un ciclo que se mantiene hasta hoy.