Sueños de cautiverio

Cansado de estar en cautiverio, el rinoceronte se escapó del zoológico. Cargó contra las rejas, los cuidadores y todo lo que se impusiera en su camino hasta ganar la calle. Después, como era perseguido por toda clase de autoridades, salió de la ciudad y se internó en una selva cercana.
Allí se encontró con un grupo de antílopes, que se sorprendieron al verlo.
—¿Qué hacés acá?
—¡Soy libre! ¡Por fin logré escaparme y evadir a mis captores! ¡Soy libre!
—Qué bueno loco, felicitaciones.
—Gracias, gracias. Ahora voy a poder ser como ustedes. Voy a pastar en cualquier lado, beber lo que encuentre, voy a vivir como tengo que vivir.
—Ojo, tené cuidado que hay leones.
—¿Qué me importan los leones? Soy libre, ¿entienden? ¡Libre! Ya nadie me vendrá a molestar para chequear mi estado de salud, ni voy a estar en exhibición para que me vea cualquier ganso. Ahora mi vida es mía.
—Sí, está bien, pero guarda, porque tampoco es todo tan sencillo. Ahora vas a tener que ganarte la vida. No es fácil encontrar un lugar donde quede pasto sin arrancar por alguno de nosotros. Hay algunos, pero es donde están los leones.
—No me importa, me las voy a arreglar. ¿Saben por qué? Porque puedo caminar todo lo que quiera.
—A nosotros no nos gusta tanto caminar. Preferimos guardar la energía para poder salir corriendo cuando viene un león.
Dicho esto, los antílopes salieron corriendo. El rinoceronte miró a su alrededor y divisó a un león que se acercaba a toda velocidad. No sintió peligro, pero su instinto le dijo que tenía que correr en la dirección opuesta, que era la que habían tomado los antílopes.
Entonces corrió, pero el león igual se acercaba, porque corría más rápido. Aparentemente, pensó el rinoceronte, los antílopes tenían razón en guardar sus energías. Pero igual no se iba a dejar comer así nomás, en todo caso que el león se lo ganara. De todos modos, el rinoceronte estaba contento. Era una aventura como nunca había vivido.
Siguió corriendo, mientras miraba cada tanto hacia atrás para vigilar la posición del león. Pero no se dio cuenta de que estaba llegando al borde de la selva, donde se encontraba un equipo del zoológico que había ido a recapturarlo. Antes de que lo pudiera ver, le tiraron un dardo tranquilizante que lo volteó. El león se acercó más, pero fue espantado por un tiro que lanzaron los veterinarios. Luego ataron a la enorme bestia y la subieron a un camión.
Los antílopes, que al escapar del mismo león estaban cerca, vieron lo sucedido y se acercaron al camión. Algunos se subieron al mismo compartimento donde el rinoceronte iba a ser trasladado. Pero fueron expulsados. No había lugar para ellos.
La mayoría de los antílopes se fue. Pero algunos decidieron acompañar al rinoceronte. Y entonces siguieron al camión por la ruta, aprovechando su gran velocidad, hasta internarse con él en el zoológico.